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«Aquellos últimos tiempos apacibles en los que el hombre sólo tenía que combatir a los monstruos de su alma, los tiempos de Joyce y Proust, quedaron atrás. En las novelas de Kafka, Hasek, Musil y Broch, el monstruo llega del exterior y se llama Historia; ya no se parece al tren de los aventureros; es impersonal, ingobernable, incalculable, ininteligible —y nadie se le escapa. Es el momento (al terminar la guerra del 14) en la que la pléyade velas grandes novelistas centroeuropeos vio, tocó, captó las paradojas terminales de la Edad Moderna.
¡Pero no deben leerse sus novelas como una profecía social y política, como un Orwell anticipado! Lo que nos dice Orwell pudo decirse igualmente (o quizá mucho mejor) en un ensayo o un panfleto. Por el contrario, esos novelistas descubren "paradojas terminales", todas las categorías existenciales cambian de pronto de sentido: ¿qué es la aventura si la libertad de acción de un K. es absolutamente ilusoria? ¿Qué es el porvenir si los intelectuales de El hombre sin atributos no tienen la más insignificante sospecha de la guerra que mañana va a barrer sus vidas? ¿Qué es el crimen si el Huguenau de Broch no solamente no lamenta sino que olvida el asesinato que ha cometido? Y si la única gran novela cómica de esta época, la de Hasek, tiene por escenario la guerra, ¿qué ha pasado con lo cómico? ¿Dónde está la diferencia entre lo privado y lo público si K., incluso en su lecho de amor, no puede eludir la presencia de dos enviados del castillo. ¿Qué es, en este caso, la soledad? ¿Una carga, una angustia, una maldición, como han querido hacernos creer, o, por el contrario, el más preciado valor, a punto de ser destruido por la colectividad omnipresente?»
Milan Kundera • El arte de la novela. La desprestigiada herencia de Cervantes
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