No sucede lo mismo con un auténtico celoso: ¡es difícil imaginar a qué puede acostumbrarse y resignarse y qué puede perdonar un celoso! Los celosos están más dispuestos a perdonar que los demás hombres, y esto lo saben todas las mujeres.
Un celoso puede y es capaz de perdonar (después de una terrible escena, desde luego) muy rápidamente, por ejemplo, una traición que prácticamente ha sido probada, unos abrazos y unos besos que ha visto con sus propios ojos, siempre que al mismo tiempo pueda convencerse de algún modo de que eso ha ocurrido «por última vez» y de que, desde ese momento, su rival va a desaparecer, parte a los confines del mundo, o de que él mismo se lleva a su amada a cualquier sitio donde ya no va a encontrarse con ese terrible adversario.
Por supuesto, la reconciliación apenas durará una hora porque, aun en el caso de que el adversario haya desaparecido realmente, al día siguiente el celoso se inventará uno nuevo y empezará a sentir celos de este nuevo rival.
Y alguien podría preguntarse qué puede haber en un amor ante el que hay que estar siempre alerta, qué puede valer tanto en un amor para que deba vigilarse con tal esfuerzo. Pero esto nunca lo comprenderá un auténtico celoso, aunque entre ellos en verdad haya personas de gran corazón.
Es admirable que estas mismas personas de gran corazón, cuando están en algún cuartucho fisgoneando y espiando, aunque son plenamente conscientes, «con su gran corazón», de la vergüenza a la que se han arrastrado, al menos en ese momento, mientras están en ese cuartucho, no sienten remordimientos de conciencia. En presencia de Grúshenka, los celos de Mitia desaparecían y por un instante se convertía en una persona confiada y noble, incluso se despreciaba por sus malos sentimientos.
Pero eso solo significaba que en su amor por esa mujer se encerraba algo bastante más elevado de lo que él suponía, que no era solo pasión, no era solo la «sinuosidad en el cuerpo» de la que le había hablado a Aliosha.
Sin embargo, cuando Grúshenka desaparecía, Mitia empezaba automáticamente a sospechar en ella todas las bajezas y perfidias de la traición. Y sin remordimientos de conciencia.
Fiódor Dostoievski - Los hermanos Karamazov