La ciudad de los ruidos inútiles.
La
Habana entre 1900 y 1920 contaminó su ambiente sonoro de una manera
exponencial, sumando a los antiguos ruidos de la sociedad colonial los
nuevos de la modernidad republicana. Con la importación masiva de autos
los bocinazos de los Ford, las campanas de los tranvías, los escapes,
los organillos musicales, la gritería callejera y otros ruidos urbanos,
la ciudad se convirtió en una locura. Voces locales se levantaron contra
esta saturación acústica e intentaron crear una Asociación para impedir
los ruidos innecesarios, al estilo de las existentes por entonces en
los Estados Unidos.
En
medio de este rechazo al ruido, el escritor cubano Francisco Cisneros
publicó una crónica costumbrista en 1918 titulada “La Ciudad de los
ruidos inútiles”, describiendo los sonidos del acontecer diario, con un
tono de sátira, como si se tratara de una suite habanera de ejecución
colectiva. Dejo un fragmento del escrito:
“Un
rumor de batir de olas se siente venir rodando, una mezcla de trotar de
caballería, de chirriar de carretas y de barrocos sonidos de maquinaria
y va aumentando en un crescendo y va filtrándose por las ventanas
abiertas y por las hendijas, hasta que rompe en un gran trueno, en un
tabletear espantoso de ruedas, chasquidos de látigos y gruñidos de
carretero: toda esa baraúnda infernal desfila sobre los adoquines y el
asfalto como una apocalipsis del primer rayo de sol”.
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