Las palabras suelen ser anodinas o intensas según mil misterios. Lo peor, para mí, es cuando se ponen de moda ciertas expresiones que empiezan a navegar por el lugar común de lo políticamente correcto (esta expresión es un lugar común: “políticamente correcto” y no hay forma de zafar de ella, atroz, lo sé). Ayer leí que la RAE asumió miles de palabras nuevas. Arriba y bailando. Miles.
Me
declaro agobiado ante la rutinización del vocabulario contemporáneo. Me
bajo en esta. Listo, no necesito quedar bien con nadie y simplemente me
asfixia el uso de términos que me sofocan y me hacen sentir un zombi
posmoderno. Ni nihilismo, ni hedonismo, ni estupidismo, solo un poco de
comodidad personal en el lenguaje. Es que me cansa la repetición de
conceptos que alguna vez significaron algo y ahora son solo santo y seña
de gentes que se creen a la moda y recitan un Corán que los
autoenamora. Bueno, traigo malas nuevas, no se va a salvar nadie con las
palabras: solo la realidad del accionar humano sirve para eso. Hablar
en clave de lo que algunos sienten que “hay que decir” es solo un
infantilismo si no va de la mano de acciones correctas. Cliché por
doquier.
No voy a caer en la trampa de poner ningún ejemplo
porque sería lapidado en la plaza pública. Y aquellos que algo conocen
mi pensamiento tienen claro que soy abierto a casi todo. Así que no me
corran por allí. Tampoco me corran por el muro conservador, soy
respetuoso de todos y aprendí que no tengo la verdad revelada, solo soy
un minúsculo apéndice de una construcción de pensamiento colectivo. Por
eso hay expresiones que me ahogan por lo que implican, por lo que
denotan y por lo que connotan.
¿Se podría enseñar a deconstruir
un poco la bobada militante de ciertas palabras? ¿Eso está en la
libertad que nos concedemos? ¿O eso es “cancelación”?
Las
palabras que se usan como verdad revelada son totalitarias. O las usamos
todos y eso es lo debido (piensan los imberbes autoritarios) o quien no
las usa es un traidor, un ser deleznable y por ello merece la vejación
pública. Suena violento, pero más violento es para aquel que se enoja
con el pensamiento único, sale a corretear la libertad y lo bajan de un
ondazo. Amo a los motociclistas libertarios. Los liberales y los
libertarios estamos fritos en esta movida: solo nos queda la opción de
defender todas las opciones, inclusive las que nos molestan y nos
incomodan. Y, es más, tenemos que trabajar para que existan esas voces
porque a diferencia de los totalitarios del signo ideológico que sea, a
diferencia también de los populistas que son por naturaleza retóricos
violentos, nosotros somos abiertos pero necesitamos la presencia de
todos para asumir nuestra identidad a plenitud. Nosotros no censuramos,
no proscribimos y no conspiramos de manera inmisericorde contra la
narrativa de nadie. Confrontamos, eso sí, como no, para eso está la
libertad.
Sí, señoras y señores, el liberal y el libertario
asumen la libertad también en las palabras, no se ciñen a nada que los
constriña, no hay método dialéctico alguno en el que creamos, ni
determinismo histórico que nos defina una perinola. No hay nada, solo
estamos nosotros enfrentados a nuestro destino. No tenemos recetas, solo
tenemos la libertad como red y como espada. Y nos sobra con ella para
luego como colectivo humano ir desbrozando el camino y encontrar
soluciones a lo que vaya viniendo. Por eso no repetimos consignas, no
sentimos la magia de ningún prejuicio metabolizado en clave de pregón
luminoso que solo por repetirlo hay quien cree que los salva del
infierno. Es que no creemos en el infierno, somos biológicamente
optimistas, asumimos el progreso humano como parte de lo que hay que
seguir empujando y no languidecemos ante la adversidad, sencillamente la
pateamos con coraje y seguimos adelante sabiendo que al final -siempre
estamos en el final- venceremos. Por eso no hablamos estupideces, no
repetimos palabras vanas y solo nos jactamos de la realidad. El resto es
lo de menos y no nos interesa.
No comments:
Post a Comment