Luego de la Segunda Guerra Mundial, Italia impactó al mundo con grandes películas reunidas bajo el nombre de neorrealismo italiano. A la crudeza de esos títulos le siguieron otros grandes realizadores, siendo Federico Fellini el más prestigioso de todos. Y allí detrás, con una mirada tan filosa como brillante, aparecieron las comedias italianas, que reinarían durante un par de décadas.
A fines de los 50 el género encontraba en Los desconocidos de siempre (1958), de Mario Monicelli, el tono exacto que sería una marca indeleble en la historia del cine. El veterano actor Totó se cruzaba con los jóvenes Vittorio Gassman y Marcello Mastroianni. A partir de esa banda de perdedores que soñaban con dar un gran golpe Italia hizo un cruel y desopilante retrato de sus habitantes.
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