Carlos M Estrada hizo una pregunta en Cuba Debate.
Una pincelada histórica sobre el Comunismo.(Para algunos confundidos)“¿Qué es lo que designamos exactamente bajo la denominación de «comunismo»? Es necesario introducir aquí inmediatamente una distinción entre la doctrina y la práctica. Como filosofía política, el comunismo existe desde hace siglos, incluso milenios. ¿Acaso no fue Platón quien, en La República, estableció la idea de una ciudad ideal donde los hombres no serían corrompidos por el dinero ni el poder, donde mandarían la sabiduría, la razón y la justicia? Un pensador y hombre de estado tan eminente como sir Tomás Moro, canciller de Inglaterra en 1530, autor de la famosa Utopía y muerto bajo el hacha del verdugo de Enrique VIII, ¿acaso no fue otro precur“sor de esa tesis de la ciudad ideal? La trayectoria utópica da la impresión de ser perfectamente legítima como crítica útil de la sociedad. Participa del debate de ideas, oxígeno de nuestras democracias. Sin embargo, el comunismo del que hablamos aquí no se sitúa en el cielo de las ideas. Se trata de un comunismo muy real que ha existido en una época determinada, en países concretos, encarnado por dirigentes célebres —Lenin, Stalin, Mao, Hô Chi Minh, Castro, etc., nuestra historia.
Sea cual sea el grado de implicación de la doctrina comunista anterior a 1917 en la práctica del comunismo real, fue este el que puso en funcionamiento una represión sistemática, hasta llegar a erigir, en momentos de paroxismo, el terror como forma de gobierno. ¿Es inocente, sin embargo, la ideología? Algunos espíritus apesadumbrados o escolásticos siempre podrán defender que ese comunismo real no tenía nada que ver con el“comunismo ideal. Sería evidentemente absurdo imputar a teorías elaboradas antes de Jesucristo, durante el Renacimiento o incluso en el siglo XIX, sucesos acontecidos durante el siglo XX. No obstante, como escribió Ignazio Silone, «verdaderamente, las revoluciones como los árboles se reconocen por sus frutos». No careció de razones el que los socialdemócratas rusos, conocidos con el nombre de «bolcheviques», decidieran en noviembre de 1917 denominarse «comunistas». Tampoco se debió al azar el que erigieran al pie del Kremlin un monumento a la gloria de aquellos que consideraban precursores suyos: Moro o Campanella.
Superando los crímenes individuales, los asesinatos puntuales, circunstanciales, los regímenes comunistas, a fin de asentarse en el poder, erigieron el crimen en masa en un verdadero sistema de gobierno. Es cierto que al cabo de un lapso de tiempo variable —que va de algunos años en Europa del Este a varias décadas en la URSS o en China— el terror perdió su vigor y los regímenes“se estabilizaron en una gestión de la represión cotidiana a través de la censura de todos los medios de comunicación, del control de las fronteras y de la expulsión de los disidentes. Pero la «memoria del terror» continuó asegurando la credibilidad, y por lo tanto la eficacia, de la amenaza represiva. Ninguna de las experiencias comunistas que en algún momento fueron populares en Occidente escapó de esa ley: ni la China del «Gran Timonel», ni la Corea de Kim Il Sung, ni siquiera el Vietnam del «agradable Tío Ho» o la Cuba del radiante Fidel, acompañado por el puro Che Guevara, sin olvidar la Etiopía de Mengistu, la Angola de Neto y el Afganistán de Najibullah.
Sin embargo, los crímenes del comunismo no han sido sometidos a una evaluación legítima y normal tanto desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista moral. Sin duda, esta es una de las primeras ocasiones en que se intenta realizar un acercamiento al comunismo interrogándose acerca de esta dimensión criminal como si se tratara de una cuestión a la vez central y global. Se nos replicará que la mayoría de estos crímenes respondían a una «legalidad» aplicada por instituciones que pertenecían a regímenes en ejercicio, reconocidos en el plano internacional y cuyos jefes fueron recibidos con gran pompa por nuestros propios dirigentes. Pero ¿acaso no sucedió lo mismo con el nazismo? Los crímenes que expongo no se definen de acuerdo con la jurisdicción de los regímenes comunistas, sino con la del código no escrito de los derechos naturales de la Humanidad.
La historia de los regímenes y de los partidos comunistas, de su política, de sus relaciones con sus sociedades nacionales y con la comunidad internacional, no se resumen en esa dimensión criminal, ni incluso en una dimensión de terror y de represión. En la URSS y en las «democracias populares» después de la muerte de Stalin, en China después de la de Mao, el terror se atenuó, la sociedad comenzó a recuperar su tendencia y la «coexistencia pacífica»; incluso si se trataba de «una continuación de la lucha de clases bajo otras “formas» se convirtió en un dato permanente de la vida internacional. No obstante, los archivos y los abundantes testimonios muestran que el terror fue desde sus orígenes una de las dimensiones fundamentales del comunismo moderno. Abandonemos la idea de que determinado fusilamiento de rehenes, determinada matanza de obreros sublevados, determinada hecatombe de campesinos muertos de hambre solo fueron «accidentes» coyunturales, propios de determinado país o determinada época. Nuestra trayectoria supera cada terreno específico y considera la dimensión criminal como una de las dimensiones propias del conjunto del sistema comunista durante todo su período de existencia.
¿De qué vamos a hablar? ¿De qué crímenes? El comunismo ha cometido innumerables: primero, crímenes contra el espíritu, pero también crímenes contra la cultura universal y contra las culturas nacionales. Stalin hizo demoler centenares de iglesias en Moscú. Ceaucescu destruyó el corazón histórico de Bucarest para edificar en su lugar edificios y trazar avenidas megalómanas. Pol Pot ordenó desmontar piedra a piedra la catedral de Phnom Penh y abandonó a la jungla los templos de Angkor. Durante la Revolución cultural maoísta, los Guardias Rojos destrozaron o quemaron tesoros inestimables. Sin embargo, por graves que pudieran ser a largo plazo esas destrucciones para las naciones “implicadas y para la Humanidad en su totalidad, ¿qué peso pueden tener frente al asesinato masivo de personas, de hombres, de mujeres, de niños?”
“Nos hemos limitado, por lo tanto, a los crímenes contra las personas, que constituyen la esencia del fenómeno de terror. Estos responden a una nomenclatura común incluso, aunque una práctica concreta se encuentre más acentuada en un régimen específico: la ejecución por medios diversos (fusilamientos, horca, ahogamiento, apaleamiento; y en algunos casos, gas militar, veneno o accidente automovilístico), la destrucción por hambre (hambrunas provocadas y/o no socorridas) y la deportación, o sea, la muerte que podía acontecer en el curso del transporte (marchas a pie o en vagones de ganado) o en los lugares de residencia y/o de trabajos forzados (agotamiento, enfermedad, hambre, frío). El caso de los períodos denominados de «guerra civil» es más complejo: no resulta fácil distinguir lo que deriva de la lucha entre el poder y los rebeldes y lo que es matanza de poblaciones civiles.
No obstante, podemos establecer un primer balance numérico que aún sigue siendo una aproximación mínima y que necesitaría largas precisiones pero que, según estimaciones personales, proporciona un aspecto de considerable magnitud y permite señalar de manera directa la gravedad del tema:
— URSS, 20 millones de muertos,
— China, 65 millones de muertos,
— Vietnam, 1 millón de muertos,
— Corea del Norte, 2 millones de muertos,
— Camboya, 2 millones de muertos,
— Europa oriental, 1 millón de muertos,
— América Latina, 150.000 muertos,
— Africa, 1,7 millones de muertos,
— Afganistán, 1,5 millones de muertos,
— Movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder, una decena de millares de muertos.
El total se acerca a la cifra de cien millones de muertos.”
. “Este grado de magnitud oculta grandes diferencias entre las distintas situaciones. Resulta indiscutible que en términos relativos la «palma» se la lleva Camboya, donde Pol Pot, en tres años y medio, llegó matar de la manera más atroz —hambre generalizada, tortura— aproximadamente a la cuarta parte de la población total del país. Sin embargo, la experiencia maoísta sobrecoge por la magnitud de las masas afectadas. En cuanto a la Rusia leninista y stalinista hiela la sangre por su aspecto experimental pero perfectamente reflexionado, lógico y político.”
“Este acercamiento elemental no puede agotar la cuestión cuya profundización implica un salto «cualitativo», que descansa en una definición del crimen. Esta tiene que relacionarse con criterios «objetivos» y jurídicos. La cuestión del crimen cometido por un Estado fue abordada por primera vez desde un ángulo jurídico, en 1945, en el tribunal de Nüremberg instituido por los Aliados para juzgar los crímenes nazis. La naturaleza de esos crímenes quedó definida en el artículo 6 del estatuto del tribunal, que señala tres crímenes mayores: los crímenes contra la paz, los crímenes de guerra y los crímenes contra la Humanidad. Ahora bien, un examen de conjunto de los crímenes cometidos bajo el régimen leninista/stalinista, y después en el mundo comunista en general, nos lleva a reconocer en los mismos cada una de estas tres categorías.”--No todos los ojos cerrados duermen ni todos los ojos abiertos ven.
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