"Los viajes, al igual que la lectura, el amor o la desgracia, nos ofrecen una confrontación con nosotros mismos y nos proporcionan argumentos para nuestro monólogo interior. Nuestro presente es tan limitado que bueno es añadirle un pasado, a falta de poder añadirle un porvenir; nuestros dominios son tan limitados que sería una locura no conocer, al menos, la mayor parte posible de los mismos. El conocimiento del mundo es sin duda el único bien inalienable, puesto que la vida no puede sino aumentarlo y la misma muerte no nos lo arrebatará hasta que hayamos dejado de existir. Estoy obsesionada por la idea de la brevedad del tiempo, no sólo del tiempo —ya muy corto— que va desde el nacimiento a la muerte, sino también del intervalo, más limitado aún, durante el cual nos es dado aprovechar la vida. Llega un día en que nos cansamos de los viajes igual que nos hemos cansado de los libros, en que nos cansamos de los vivos igual que nos hemos cansado de los muertos. Por un impulso natural bello y tranquilizador, nos desprendemos de todo aquello que conocimos, de todo lo que poseímos; no sólo en la Biblia los dos términos son sinónimos. Yo me esfuerzo, entretanto, por fijar en unas cuantas imágenes precisas, la doble enseñanza de los espectáculos que pasan y de un Yo no menos pasajero. No es seguro que un pueblo pueda malograr su vida: si es desgraciado, le quedan siglos para rehacerse; esas personalidades ficticias no conocen la muerte y su tentativa puede durar casi tanto como la tierra. Pero nosotros sólo poseemos una vida. Aunque yo obtuviera la fortuna, aunque alcanzase la gloria, experimentaría seguramente la impresión de haber perdido la mía si dejara un solo día de contemplar el universo. "
M. Yourcenar. Peregrina y extranjera.
Traducción: Emma Calata
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