"Acuérdense de la escena extraordinaria que constituye la confesión pública de Alcibíades, y traten de situarla en nuestros términos. [...] Éste se confiesa, ¿ante quién? Los otros, todos los otros, aquellos que, por su concierto, sus cuerpos, su concilio, parecen darle el mayor peso posible a lo que se puede llamar el tribunal del Otro. ¿Y qué es lo que constituye el valor de la confesión de Alcibíades ante este tribunal? Es que dice precisamente haber tratado de convertir a Sócrates en algo completamente sometido y subordinado a otro valor distinto del de la relación de sujeto a sujeto. Frente a Sócrates, cara a cara, ha manifestado una tentativa de seducción, ha querido hacer de él, y de la forma más manifiesta, alguien instrumental, subordinado ¿a qué? ― al objeto de su deseo, el de él, Alcibíades, que es agalma, el buen objeto. Aún diré más. ¿Cómo no reconocer, nosotros, analistas, de qué se trata? Está claramente dicho ― es el buen objeto que Sócrates tiene en la barriga. Ahí Sócrates no es más que el envoltorio de lo que es el objeto del deseo. Si Alcibíades ha querido manifestar que Sócrates es, respecto a él, esclavo del deseo, que Sócrates le está sometido por el deseo, es para indicar claramente que tan solo es este envoltorio. El deseo de Sócrates, aunque lo conoce, ha querido verlo manifestarse en su signo, para saber que el otro, objeto, agalma, estaba a su merced. Pero precisamente haber fracasado en esta empresa cubre a Alcibíades de vergüenza, y hace de su confesión algo tan cargado. [...] Es que delante de todos se desvela con sus rasgos el secreto más impactante, el último resorte del deseo, que obliga siempre en el amor a disimularlo más o menos ― su objetivo es la caída del Otro, en otro, a.
*Jacques Lacan / Seminario VIII /EXTRAÍDO DEL CAPÍTULO XII
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