La literatura es una fuerza de oposición: tiene el poder de combatir la sumisión al poder. Contra-poder, pone de manifiesto todo el alcance de su propio poder cuando es perseguida. De donde se desprende una molesta paradoja, a saber, que la libertad no le es propicia, puesto que la priva de servidumbres a las cuales resistirse. De manera que el debilitamiento de la literatura en la escena pública europea a finales del siglo XX podría tener relación con el triunfo de la democracia: se leía más en Europa, y no solamente en el Este, antes de la caída del muro de Berlín. […] La literatura de ficción, precisamente porque es desinteresada —una «finalidad sin fin», como se define el arte desde Kant—, adquiere un interés de nuevo paradójico. Si solo ella puede servir de vínculo social, es gracias a su gratitud y a su generosidad en un mundo utilitarista caracterizado por las especializaciones productivas.
—Antoine Compagnon
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