Saber escribir es a veces una maldición; si además de eso, adoras la belleza, ni hablar! Es aún más macabro! Primero no puedes evitar asombrarte, luego es imposible no escribirle, no importa cuánto te resistas, o le escribes o revientas... Luego el daño ya está hecho; las palabras hermosas - y genuinas - de elogio atraviesan como mortales halos de luz el alma de la otra persona, arrasando a su paso con el silencio de la rutina, destrozando las fortalezas del imperio del desencanto, dejando finalmente el alma al descubierto y mirando directo a tu mente... Y ya no hay remedio, ahora ya no puedes dejar de escribir, la tentación de imaginar la media sonrisa del otro lado del mensaje es más fuerte que el hambre y el cansancio... Sin embargo, en el fondo, sabes que es un acto cruel atraer la atención de las almas para dejarlas luego suspendidas, desconcertadas... Ilusionadas. A veces quisiera ser analfabeto.
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