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Thursday, March 25, 2021

COSTUMBRES DE LOS URUGUAYOS

 

Historias de los uruguayos, sus costumbres y tradiciones
HISTORIAS DEL SOROCABANA
(Ricardo Arocena)
Cuando el poeta Líber Falco llegaba al Sorocabana, luego de trabajar en una panadería de Villa Muñoz, siempre elegía esa mesa de refugiados españoles.
El Soro, como habían empezado a llamarlo, fue inaugurado en la Plaza de Cagancha en 1939. La novedad del café brasilero servido al paso, rápido y económico había pegado fuerte en las céntricas costumbres montevideanas.
Había empezado el año 1940 y si querías tomar un buen café y disfrutar de buenas charlas, la opción estaba en sus larguísimos mostradores.
Por ese año se completó su decoración de coqueto «art decó» con mesitas de mármol y las clásicas butaquitas semicirculares.
Su éxito fue tal que al poco tiempo llegó a tener cinco sucursales en la capital y en cada departamento del Interior abrieron una sucursal cafetera.
Pero fueron los locales del centro, como el de la Ciudad Vieja y el Palacio Salvo, los que se cargaron de leyendas.
En plena Segunda Guerra Mundial se empezó a rumorear que en la sucursal de 18 y Andes se reunían adherentes al nazismo y todo terminó cuando se realizó un acto de desagravio con mucho público y clientes.
La zona de la Plaza Cagancha en esos inicios del 40 tenía una intensa actividad noctámbula. Los parroquianos del cercano Café Ateneo, donde Agustín Pucciano realizaba concursos de tangos, luego de asistir a esos peliagudos certámenes de cantores, se dirigían al Soro para prolongar la discusión sobre lo acertado o no de los fallos del jurado.
Los bohemios adeptos a intelectuales charlas comenzaron a alternar sus preferencias entre el Viejo Tupí de la Plaza Independencia y el Sorocabana de Cagancha.
Uno de los responsables de ese traslado de parroquianos fue el poeta Sabat Ercasty, que había sido por siempre emblemática figura del Tupí y ahora lo veíamos con asiduidad en las mesitas del Soro.
También en las mañanas era visitado por gente que luego hizo historia.
Los maestros y profesores del Instituto Normal de a la vuelta llegaban al Soro para departir temas de actualidad y del magisterio.
Así se podía ver a la elegante Reina Reyes y al recordado Julio Castro que fueron luchadores incansables por la educación libre y popular.
Periodistas y humoristas encontraron en sus mesas la fuente de inspiración. Julio Puppo, El Hachero, que publicaba en «Marcha», se refería muchas veces en sus crónicas costumbristas a «los sesudos del café» y todos sabíamos que hablaba de su querido Soro. También el gran Julio Suárez, Peloduro, dibujaba en su revista a satíricos personajes hablando de política sentados en las clásicas butaquitas. El clima de la Guerra Mundial había llegado con todo su impacto y esa «colmena», como la hubiera llamado Camilo Cela, vibraba con las noticias llegadas a diario de Europa.
En las charlas políticas se filtraban rumores e historias secretas.
Como las que hablaban de un parroquiano músico de nombre Felisberto Hernández que también escribía cuentos.
Se sabía que tenía una ideología conservadora, pero todo se alborotó cuando se supo de su nueva esposa de ideas bolcheviques.
El resultado fue que el buenísimo de Felisberto comenzó a ser visto como alguien enigmático que disfrazaba sus ideas quién sabe con qué fines.
Y ese músico y escritor que era una persona muy tímida dejó de concurrir al Soro. Más etérea y por supuesto apolítica fue la presencia de parroquianos, como el pintor Cabrerita que cambiaba sus hermosos dibujos por vasos de café con leche que mucho necesitaba por ser tan humilde.
El Soro también tuvo sus charlas místicas y esotéricas que comenzaron cuando empezó a ser visitado por algunos miembros de la «Sociedad Teosófica» que salían muy tarde de sus reuniones en el entrepiso del Palacio Díaz de 18 y Ejido.
Y el deporte no fue ajeno al Sorocabana de la Plaza Cagancha ya que en el verano se podía ver de tardecita en sus mesas al boxeador del Cerro Pilar Bastidas que fue un fanático de la novedad del «café frío» que degustaba junto a varios periodistas de la revista Mundo Uruguayo.
Cuenta la leyenda que cuando Uruguay festejó el Campeonato del Mundo del 50, el Sorocabana llegó a vender esa tarde y noche más de 20 mil pocillos a la multitud que inundó sus instalaciones y toda la Plaza Cagancha. Con más recuerdos y música los esperamos en la 30, Radio Nacional.
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Un lugar llamado Uruguay
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  • No eras uruguayo si nunca habias tomado un cafe en el Sorocabana. Ja ja. Excelente cafe. Las mesas redondas chicas. Un profundo olor a cafe en el aire. Un ambiente que parecia seguir viviendo en el pasado y mozos siempre atentos a la llegada del cliente. Gracias por este recuerdo !!
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    • 19 h

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