QUIJOTE, de Salman Rushdie. Seix Barral, 2020. Buenos Aires, 528 págs. Traducción de Javier Calvo.
Una ciudad, todas las ciudades
Hay dos ciudades —explicó Quijote— Hay una visible, las aceras rotas de la ciudad antigua y los esqueletos de acero de la nueva, las luces del cielo, la basura de las alcantarillas, la música de las sirenas, un viejo bailando claqué para que le tiren monedas, cuyos pies dicen: “Antes yo era alguien”, pero su mirada dice: “Ya no, colega, ya no”. El fluir de las avenidas y las calles embotelladas. Un ratón navegando en un bote por un estanque del parque. Un tipo con cresta punk gritándole a un taxi. Mafiosos con servilletas remetidas por el cuello de la camisa en un restaurante italiano de Harlem. Tipos de Wall Street con tirantes recibiendo tratamiento de vips en clubes nocturnos o bebiendo tequilas y tirándose encima de mujeres como si fueran papel moneda. Mujeres altas, hombres bajitos y calvos, locales de filetes, locales donde darse el filete. Tiendas vacías, liquidaciones por cierre, liquidación final, una sonrisa a la que le faltan algunos de sus mejores dientes. Obras por todas partes pero aún se rompen las tuberías de la calefacción. Hombres de pelo ensortijado con millones de dólares en diamantes en los bolsillos de sus abrigos largos y negros. Hierro forjado. Casas de ladrillo rojo. Música. Comida. Drogas. Gente sin techo. Hace veinte años habían desaparecido, pero ahora han vuelto. Máquinas quitanieves, béisbol, coches de policía que prometen C.P.R., cortesía, profesionalismo y respeto, qué se puede decir, no les falta sentido del humor. Todos los idiomas de la Tierra. Ruso, punjabi, taishanés, criollo, yiddish, kru. Y no nos olvidemos del corazón de la industria televisiva. Colbert en el Ed Sullivan Theater, Noah en Hell’s Kitchen, The View, The Chew, Seth Meyers, Fallon, todo el mundo. Abogados sonrientes en la televisión por cable que te dicen que si te lesionas te pueden conseguir una fortuna. El Rockefeller Center, la CNN, la Fox. El almacén del Downtown donde se rueda Salma. Las calles por las que ella camina, el coche en el que va a su casa, el ascensor que sube al ático, los restaurantes a los que pide la comida, la gente que conoce su número, las cosas que le gustan. Toda la ciudad fea-bonita, hermosa en su fealdad, jolie-laide, que es francés, igual que la estatua de la bahía. Todo eso es lo visible.
—¿Y la otra ciudad? —preguntó Sancho con el ceño fruncido— Porque todo eso ya es mucho.
(tomado de Quijote, de Salman Rushdie)
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