182Iris Yolanda Varela Castañares y 181 personas más
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"—No deberías enamorarte de mí, —me dijo ella— sabes que tiendo a desaparecer.
Yo Intenté decir algo interesante, algo como: según Jung, el aislamiento temporal del mundo, se da como respuesta natural a un agotamiento frente al mundo. Él habla de reconocernos luz y sombra frente a los demás. Pero vamos, esas cosas se las debe guardar uno para cuando llega a viejo, pensé. Así que como no se me ocurrió nada, y solo para llevarle la contraria, le dije:
—Bueno, mientras tú vuelvas, no le veo ningún problema a tus desapariciones.
Ella sonrió. La vi feliz aunque sea por unos segundos, y, Dios, eso fue realmente hermoso. Llevaba tanto tiempo sin verla así. Aunque no durara mucho, esa frágil sonrisa en su rostro, yo estaba en verdad agradecido por ella.
—¿Sabes? —me dijo después—. Apenas me siento segura en un maldito lugar, por alguna extraña razón, empiezo a arruinarlo todo. Y me odio por eso. En verdad quisiera que no fuese así.
Iba a responder apelando al término de "autosabotaje". Sin embargo, no estuve seguro de si esa palabra existía en el diccionario. Por eso ignoré la respuesta. No pude sino escucharla. Tal vez tenía razón. Pero, aun cuando todo eso llegara a ser cierto, quería que ella comprendiera algo. Y se lo dije:
—Oye, mira, si tú no estás dispuesta a correr ningún riesgo, ¿qué de bueno le podrías ver a la vida? ¿No te gusta acaso disfrutar de esa buena música de la que tanto me hablas, o no te apasionan esos libros que llevas siempre contigo y que parecen conocerte incluso mejor que yo? Si eso no es vivir para ti, Layla, no sé qué es. Lo que tú haces, el solo estar aquí, ese correr el riesgo a destrozarte por tu sensibilidad con los demás... Creo que a veces deberías aprender a felicitarte por cada día que pasas. Tú no la has tenido fácil, es cierto. Pero yo tampoco y eso te consta. Ambos hemos declarado juntos que esta sociedad es una porquería. Y a pesar de todo, míranos, aquí estamos: dos solitarios sin remedio dándose ánimos.
—¿No es eso absurdo? —me preguntó luego.
—La vida misma lo es —le dije yo—. Pero el caso es que nos tocó estar aquí.
—Y para qué —dijo ella, sin fijarse en el gesto que había hecho con las manos.
—Pues supongo que la importancia no está tanto en el para qué, sino en el porqué. Estamos porque fuimos capaces de sobreponernos al pasado. Algo habrá de especial, Layla. Tal vez ante nosotros, aunque lo miremos con dificultad, el presente nos ve como dos idiotas que se resisten a morir.
—Pues tú serás ese idiota, junto con no sé quién más. Lo que es yo, prefiero decirme todos los días que nada vale la pena.
—Tú vales la pena, Layla.
—Lo dices porque estás loco —me espetó.
—Lo digo porque es lo mismo que piensas tú de la vida cuando despiertas. La defines como la piensas. Aunque yo no quiera definirte, al verte, estoy seguro de que vales la pena. Y no para mí. No para enorgullecerte. Solo digo que vales la pena porque, si un día vieras a alguien caerse, sin necesidad de darle algún consejo, solo tu propia lucha y tu existencia bastarían para evitar que esa persona diese un salto al vacío, Layla.
Ella se quedó como perdida dentro de sí durante un tiempo. O eso creo. Luego puso su mano sobre la mía. Yo pensé : "Mierda, realmente la quiero".
—¿Te parece si me lo pienso unas semanas? —me dijo después.
Hablaba de mi propuesta y yo hasta lo había olvidado.
Eso ya era mucho. Que lo pensara, me refiero. De pronto no supe dónde esconder mi rostro. Las mejillas me ardían. Era urgente un espejo.
—Claro que sí —le dije—. Tómate uno, dos, tres meses. Solo vive, Layla. Solo vive para que un día yo sepa qué es lo que quieres tú de verdad.
—Te quiero a ti, tonto —dijo ella.
—No te creo —le dije yo.
—¿Ya ves? —dijo ella —¿ahora quién es el maldito aguafiestas? "
Autor: Gian Franco Huacache
Libro: Cinco Secretos
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