Miguel de Cervantes Saavedra y el franquismo
No deja de ser paradójico que el franquismo usase tan desmedidamente el apellido, la figura misma de este insigne autor español, el término “cervantino”. Precisamente el mismo régimen que quemó libros desde el inicio de su dilatada “cruzada”; el mismo que silenció, torturó, ejecutó y amputó a sus enemigos; el mismo que aventó a medio millón de españoles hacia el exilio, entre ellos poetas, científicos, soldados leales a aquella España de progreso que fue la II República; el mismo que podó España, hasta reducirla a un desmesurado cuartel, una vasta comisaría; el mismo sistema depredador que rapó a mujeres, administró aceite de ricino, humilló sin cuento; el mismo que había ganado una guerra contra su propio pueblo, con el dinero de los Borbones y de los March, más el apoyo incondicional de Hitler y el de los cabileños del Barranco del Lobo. Creyeron que con fijar la figura del hidalgo manchego en los billetes de una peseta, con ensalzar su figura en las escuelas, entre obligados rezos del Rosario y “caralsoles”, iban a poder apropiarse impunemente de la figura del autor del Quijote, mientras, llamaban “antiespañol” a todo cuanto no alzase el brazo a su paso, no cantase las excelencias del régimen que había asesinado a Federico García Lorca y había precipitado la muerte de Machado y Miguel Hernández, o no se humillase ante los santos, obispos y frailes con ostentoso pistolón al cinto y no menos ostentoso saludo fascista. En el pasado ellos llamaban “antiespañol” a todo aquel que no llevase una boina colorada y una camisa azul de la Falange. Hoy te meten cuatro balas en un sobre, le ponen unos sellos y una dirección y fijan tu nombre y el de los tuyos en una lista.
“Me llamarán, nos llamarán a todos;
tú, y tú y yo.
Nos tornaremos en torno de cristal ante la muerte,
y te expondrán, nos expondremos todos,
a ser trizados...Zas! por una bala.
Bien lo sabéis,
Vendrán por ti, por mí, por todos,
y también por ti.
Aquí no se salva ni Dios, lo asesinaron.
Escrito está, escrito está,
tu nombre está ya listo,
temblando en un papel
Aquel que dice:
Abel, Abel, Abel o yo, tú, él.” Blas de Otero
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