“-¡EY!, ANTES QUE TE VAYAS, ¿RECUERDAS QUE UNA VEZ ME PREGUNTASTE SI ME HABIA ARREPENTIDO DE LO QUE HICE?
-¿Y?
-Pues la respuesta es no, no me arrepiento de haber vivido y compartido mi amor con otras personas; me consumiste tanto con tu amor, tanto que lo único que queda aquí son cenizas,—continuó mientras su voz comenzaba a apagarse—de la leña que alguna vez fue roble...
-Felicidades, ahora deja que te sople el viento y espárcete en otras camas, da lo último que te queda, cenizas, a ver si así por fin dejas de tiznar con tu negrura la piel de los descobijados.—replicó con burla—.
Subió a aquel carro, beso al tipo en los labios y se largaron. Dejándome roto y herido de muerte, y así fue, sentí de pronto cómo el aire me desvanecía acompañado de una delicada lastima condescendiente, hasta ese punto ya no podía hacer nada, caí rendido sobre de mis rodillas, mientras empapados mis párpados con lagrimas amargas de aflicción, voló la última ceniza hacia la nada y yo desaparecí.”
-A.M. Orozco “En tierra de ciegos”
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