Me despierto todas las mañanas poco antes de las cinco –quizás un poco más tarde en invierno–, y a las cinco ya me encuentro en mi escritorio y permanezco trabajando hasta las once. Trabajo muy despacio y con gran cuidado, escribiendo una y otra vez hasta que cada oración tome la forma que deseo. Siempre tengo, al menos, en mi cabeza, hasta diez novelas por adelantado, temas y argumentos preparados, así que ya ve, si Dios me da vida, pudiera terminar sin dificultad las ochenta novelas de las que le hablé. Pero es en las correcciones donde invierto la mayor parte del tiempo. Nunca estoy satisfecho antes de la séptima u octava revisión y las corrijo una y otra vez, hasta que se pueda decir que la última corrección tiene pocos rastros de lo que una vez fue el manuscrito original. Esto significa un gran sacrificio, tanto desde el punto de vista monetario como de tiempo, pero siempre he intentado hacer todo lo que esté a mi alcance para respetar la forma y el estilo, aun cuando las personas nunca me han hecho justicia en ese sentido.
- Julio Verne
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