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Saturday, October 24, 2020

LA GALLEGA ESCRITORA ROSALIA DE CASTRO ROSALIA DE CASTRO GALICIA

 

"Rosalía de Castro, la escritora gallega más universal
La escritora devolvió al gallego su carácter de lengua culta, fue precursora de la poesía española moderna y del existencialismo y una pionera del pensamiento feminista
Rosalía de Castro (Santiago 1837- Padrón 1885) es la autora nuclear de las letras gallegas modernas y una de las figuras indispensable del panorama literario del siglo XIX.
Mito y símbolo de Galicia, y autora de obras inmortales, como Follas Novas o En las orillas del Sar, fue una escritora innovadora y comprometida, adelantada a su tiempo, que empleó el gallego en la literatura cuando aún nadie lo hacía. En sus obras reflejó la situación de esa Galicia más dolorida y maltratada, desangrada por la emigración. Denunció la pobreza del campesinado gallego o la precaria situación laboral que sufrían algunos de sus habitantes fuera de la comunidad. A efectos históricos, su obra se convirtió en el primer canto de referencia para una Galicia que se transforma. Su obra supuso la recuperación de la conciencia galleguista.
Rosalía de Castro, la autora universal, traducida a las principales lenguas del mundo, incorpora a su obra la tristeza como manifestación sustancial de la existencia humana, quizás influida por su precaria salud y por sus sobresaltos vitales -a los 15 años se enteró de que era hija ilegítima de un cura y los seis hijos que tuvo con su marido, el historiador Manuel Murguía -uno de los padres del Rexurdimento- murieron antes que ella-. Ni siquiera el amor tiene para ella connotaciones gozosas, sino que es un sentimiento efímero y egoísta que aboca a la soledad. Rosalía de Castro fue una mujer singular, de un gran pesimismo y de una excelsa sensibilidad.
Uno de los poemas que mejor reflejan ese hondo pesar, ese dolor sombrío y vital, es Negra sombra (publicado dentro de Follas Novas), uno de los poemas más conocidos de la poetisa y uno de los cantos más difundidos de Galicia. La letra y la música se han fundido en estas estrofas de forma casi inseparable.
Nacida en Santiago de Compostela el 24 de febrero de 1837, Rosalía de Castro es la hija más ilustre de la comarca del Sar. La poetisa amó a su tierra natal y a la que tuvo como adopción, Padrón, donde pasó sus últimos años. A ambos lugares dedicó alguno de sus títulos más conocidos. En las orillas del Sar, su único libro en castellano, publicado en 1884, en la que la mirada de Rosalía se adentra en su propio espíritu, hace alusión a ese lugar del que tantas veces estuvo separada y por el que sintió especial morriña.
Junto a esa faceta más intimista, la autora también fue una mujer que no tuvo miedo de ser políticamente incorrecta. Precursora del feminismo, reinvindicó el papel de la mujer en la cultura. Actos por toda GaliciaA lo largo de la jornada que conmemora el 178º aniversario del nacimiento de Rosalía de Castro, los actos se han sucedido en localidades y comarcas de toda Galicia. En Ames, como cada año, Amancio Prada rinde homenaje a la padronesa más universal con un concierto, que incluye un recital de poemas por parte de los alumnos..
Su gran obra
Aunque fue una asidua cultivadora también de la prosa, donde Rosalía de Castro sobresalió fue en el campo de la poesía, a través de la creación de las que pueden ser consideradas sus tres obras clave: Cantares Gallegos, Follas Novas y En las orillas del Sar.El título la ilustre poetisa que tuvo mayor trascendencia y la colocó en el centro del discurso de un país fue Cantares Gallegos, primera obra que la autora publicó íntegramente en gallego y que es considerado como el libro fundacional del «Rexurdimento galego», época de recuperación de la identidad de Galicia tanto en el aspecto cultural (sobre todo, popular), de la historia y de la propia lengua, en aquel momento tan desprestigiada que no se consideraba apta para usos cultos.
Cantares Gallegos, publicado el 17 de mayo 1863, vio, por tanto la luz para reinvindicar a Galicia y a su lengua y para defenderlas de los ataques que sufrían. En honor a esa fecha, y desde 1963, cada 17 de mayo se celebra el Día das Letras Galegas, una celebración instituida por la Real Academia Galega para homenajear a aquellas personas que destaquen por su creación literaria en idioma gallego o por su defensa de dicha lengua.Otro de los poemarios más destacados en la producción de Rosalía de Castro, fue Follas Novas (1884), publicado tan solo un año antes de su muerte en Padrón. Fue su último poemario en gallego y, para muchos críticos, esta obra representa el volumen poético gallego más universal. En él la autora alza una voz estremecedora marcada por la reflexión, por la desolación, por la saudade y, también, por una veraz dosis de reivindicación social que nunca quiso esconder. Sus versos tienen por horizonte, la frontera del propio ser. La valoración de la obra rosaliana y la mitificación de la escritora se produjeron, sin embargo, tras su fallecimiento, puesto que a lo largo de su vida esta fue menospreciada y marginada. Fue necesario esperar hasta los modernistas y la generación del 98 para que reconocieran en Rosalía a una creadora afín a su espíritu."
Fuente: La Voz
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Busca y anhela el sosiego 



Busca y anhela el sosiego

Busca y anhela el sosiego…
mas… ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar.
Que hoy como ayer, y mañana
cual hoy, en su eterno afán,
de hallar el bien que ambiciona
-cuando sólo encuentra el mal-,
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de mi vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

Era apacible el día

Era apacible el día
y templado el ambiente
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse…, ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amorosa afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, por que es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Mas… es verdad, ha partido,
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas centellea,
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!
Siempre al llegar al término ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,
mi espíritu, abismado en lo infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llano
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin arrimo
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío.

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.

Todo acabó quizás, menos mi pena,
puñal de doble filo;
todo menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.

Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.

De improviso los ángeles
desde sus altos nichos
de mármol me miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oido:
«Pobre alma, espera y llora
a los pies del Altísimo:
mas no olvides que al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.»

Hora tras hora, día tras día

Hora tras hora, día tras día,
entre el cielo y la tierra que quedan
eternos vigías,
como torrente que se despeña,
pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume
después de marchita;
de las ondas que besan la playa
y que una tras otra besándola expiran.
Recoged los rumores, las quejas,
y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces mentiras,
¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
en dónde, alma mía?

Sed de amores tenía

Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!
Y te encontraste sin honra,
ignorando que hay labios que secan
y que manchan cuanto tocan.
¡Lo ignorabas…, y ahora lo sabes!
Pero yo sé también, pecadora
compasiva, porque a veces
hay compasiones traidoras,
que si el sediento volviese
a implorar misericordia,
su sed de nuevo apagaras,
samaritana piadosa.
No volverá te lo juro;
desde que una fuente enlodan
con su pico esas aves de paso,
se van a beber a otra.











 Busca y anhela el sosiego… mas… ¿quién le sosegará? Con lo que sueña despierto, dormido vuelve a soñar. Que hoy como ayer, y mañana cual hoy, en su eterno afán, de hallar el bien que ambiciona -cuando sólo encuentra el mal-, siempre a soñar condenado, nunca puede sosegar. Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros, ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros, lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso de mí murmuran y exclaman: Ahí va la loca soñando con la eterna primavera de la vida y de los campos, y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos, y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado. -Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha, mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula, con la eterna primavera de mi vida que se apaga y la perenne frescura de los campos y las almas, aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan. Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños, sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos? Era apacible el día Era apacible el día y templado el ambiente y llovía, llovía, callada y mansamente; y mientras silenciosa lloraba yo y gemía, mi niño, tierna rosa, durmiendo se moría. Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente! Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía! Tierra sobre el cadáver insepulto antes que empiece a corromperse…, ¡tierra! Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos, bien pronto en los terrones removidos verde y pujante crecerá la hierba. ¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas, torvo el mirar, nublado el pensamiento? ¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve! Jamás el que descansa en el sepulcro ha de tornar a amaros ni a ofenderos. ¡Jamás! ¿Es verdad que todo para siempre acabó ya? No, no puede acabar lo que es eterno, ni puede tener fin la inmensidad. Tú te fuiste por siempre; mas mi alma te espera aún con amorosa afán, y vendrás o iré yo, bien de mi vida, allí donde nos hemos de encontrar. Algo ha quedado tuyo en mis entrañas que no morirá jamás, y que Dios, por que es justo y porque es bueno, a desunir ya nunca volverá. En el cielo, en la tierra, en lo insondable yo te hallaré y me hallarás. No, no puede acabar lo que es eterno, ni puede tener fin la inmensidad. Mas… es verdad, ha partido, para nunca más tornar. Nada hay eterno para el hombre, huésped de un día en este mundo terrenal, en donde nace, vive y al fin muere, cual todo nace, vive y muere acá. Una luciérnaga entre el musgo brilla y un astro en las alturas centellea, abismo arriba, y en el fondo abismo; ¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda? En vano el pensamiento indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia! Siempre al llegar al término ignoramos qué es al fin lo que acaba y lo que queda. Arrodillada ante la tosca imagen, mi espíritu, abismado en lo infinito, impía acaso, interrogando al cielo y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo. ¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana con sus ecos responde a mis gemidos desde la altura, y sin esfuerzo el llano baña ardiente mi rostro enflaquecido. ¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo lo puedes ver y comprender, Dios mío! ¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces, piadoso y compasivo vuelve a mis ojos la celeste venda de la fe bienhechora que he perdido, y no consientas, no, que cruce errante, huérfano y sin arrimo acá abajo los yermos de la vida, más allá las llanadas del vacío. Sigue tocando a muerto, y siempre mudo e impasible el divino rostro del Redentor, deja que envuelto en sombras quede el humillado espíritu. Silencio siempre; únicamente el órgano con sus acentos místicos resuena allá de la desierta nave bajo el arco sombrío. Todo acabó quizás, menos mi pena, puñal de doble filo; todo menos la duda que nos lanza de un abismo de horror en otro abismo. Desierto el mundo, despoblado el cielo, enferma el alma y en el polvo hundido el sacro altar en donde se exhalaron fervientes mis suspiros, en mil pedazos roto mi Dios, cayó al abismo, y al buscarle anhelante, sólo encuentro la soledad inmensa del vacío. De improviso los ángeles desde sus altos nichos de mármol me miraron tristemente y una voz dulce resonó en mi oido: «Pobre alma, espera y llora a los pies del Altísimo: mas no olvides que al cielo nunca ha llegado el insolente grito de un corazón que de la vil materia y del barro de Adán formó sus ídolos.» Hora tras hora, día tras día Hora tras hora, día tras día, entre el cielo y la tierra que quedan eternos vigías, como torrente que se despeña, pasa la vida. Devolvedle a la flor su perfume después de marchita; de las ondas que besan la playa y que una tras otra besándola expiran. Recoged los rumores, las quejas, y en planchas de bronce grabad su armonía. Tiempos que fueron, llantos y risas, negros tormentos, dulces mentiras, ¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron, en dónde, alma mía? Sed de amores tenía Sed de amores tenía, y dejaste que la apagase en tu boca, ¡piadosa samaritana! Y te encontraste sin honra, ignorando que hay labios que secan y que manchan cuanto tocan. ¡Lo ignorabas…, y ahora lo sabes! Pero yo sé también, pecadora compasiva, porque a veces hay compasiones traidoras, que si el sediento volviese a implorar misericordia, su sed de nuevo apagaras, samaritana piadosa. No volverá te lo juro; desde que una fuente enlodan con su pico esas aves de paso, se van a beber a otra. ZENDA LIBROS 

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