Acto I |
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Habitación blanquísima del interior de la casa de BERNARDA. Muros gruesos. Puertas en arco con cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Silla de anea. Cuadros con paisajes inverosímiles de ninfas o reyes de leyenda. Es verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la escena. Al levantarse el telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas. Sale la CRIADA. |
CRIADA.- Ya tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes. |
LA PONCIA.- (Sale comiendo chorizo y pan.) Llevan ya más de dos horas de gori-gori. Han venido curas de todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso se desmayó la Magdalena. |
CRIADA.- Es la que se queda más sola. |
LA PONCIA.- Era la única que quería al padre. ¡Ay! ¡Gracias a Dios que estamos solas un poquito! Yo he venido a comer. |
CRIADA.- ¡Si te viera Bernarda!... |
LA PONCIA.- ¡Quisiera que ahora que no come ella, que todas nos muriéramos de hambre! ¡Mandona! ¡Dominanta! ¡Pero se fastidia! Le he abierto la orza de chorizos. |
CRIADA.- (Con tristeza, ansiosa.) ¿Por qué no me das para mi niña, Poncia? |
LA PONCIA.- Entra y llévate también un puñado de garbanzos. ¡Hoy no se dará cuenta! |
VOZ.- (Dentro.) ¡Bernarda! |
LA PONCIA.- La vieja. ¿Está bien cerrada? |
CRIADA.- Con dos vueltas de llave. |
LA PONCIA.- Pero debes poner también la tranca. Tiene unos dedos como cinco ganzúas. |
VOZ.- ¡Bernarda! |
LA PONCIA.- (A voces.) ¡Ya viene! (A la CRIADA.) Limpia bien todo. Si Bernarda no ve relucientes las cosas me arrancará los pocos pelos que me quedan. |
CRIADA.- ¡Qué mujer! |
LA PONCIA.- Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara. ¡Limpia, limpia ese vidriado! |
CRIADA.- Sangre en las manos tengo de fregarlo todo. |
LA PONCIA.- Ella, la más aseada; ella, la más decente; ella, la más alta. ¡Buen descanso ganó su pobre marido! |
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(Cesan las campanas.) |
CRIADA.- ¿Han venido todos sus parientes? |
LA PONCIA.- Los de ella. La gente de él la odia. Vinieron a verlo muerto y le hicieron la cruz. |
CRIADA.- ¿Hay bastantes sillas? |
LA PONCIA.- Sobran. Que se sienten en el suelo. Desde que murió el padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo estos techos. Ella no quiere que la vean en su dominio. ¡Maldita sea! |
CRIADA.- Contigo se portó bien. |
LA PONCIA.- Treinta años lavando sus sábanas; treinta años comiendo sus sobras; noches en vela cuando tose; días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y llevarle el cuento; vida sin secretos una con otra, y sin embargo, ¡maldita sea! ¡Mal dolor de clavo le pinche en los ojos! |
CRIADA.- ¡Mujer! |
LA PONCIA.- Pero yo soy buena perra; ladro cuando me lo dicen y muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza; mis hijos trabajan en sus tierras y ya están los dos casados, pero un día me hartaré. |
CRIADA.- Y ese día... |
LA PONCIA.- Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero. «Bernarda, por esto, por aquello, por lo otro», hasta ponerla como un lagarto machacado por los niños, que es lo que es ella y toda su parentela. Claro es que no le envidio la vida. Le quedan cinco mujeres, cinco hijas feas, que quitando Angustias, la mayor, que es la hija del primer marido y tiene dineros, las demás, mucha puntilla bordada, muchas camisas de hilo, pero pan y uvas por toda herencia. |
CRIADA.- ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas! |
LA PONCIA.- Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad. |
CRIADA.- Ésa es la única tierra que nos dejan a las que no tenemos nada. |
LA PONCIA.- (En la alacena.) Este cristal tiene unas motas. |
CRIADA.- Ni con el jabón ni con bayetas se le quitan. |
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(Suenan las campanas.) |
LA PONCIA.- El último responso. Me voy a oírlo. A mí me gusta mucho cómo canta el párroco. En el Pater noster subió la voz que parecía un cántaro de agua llenándose poco a poco; claro es que al final dio un gallo; pero da gloria oírlo. Ahora que nadie como el antiguo sacristán Tronchapinos. En la misa de mi madre que esté en gloria, cantó. Retumbaban las paredes, y cuando decía amén era como si un lobo hubiese entrado en la iglesia. (Imitándolo.) ¡Améé-én! (Se echa a toser.) |
CRIADA.- Te vas a hacer el gaznate polvo. |
LA PONCIA.- ¡Otra cosa hacía polvo yo! (Sale riendo.) |
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(La CRIADA limpia. Suenan las campanas.) |
CRIADA.- (Llevando el canto.) Tin, tin, tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya perdonado! |
MENDIGA.- (Con una niña.) ¡Alabado sea Dios! |
CRIADA.- Tin, tin, tan. ¡Que nos espere muchos años! Tin, tin, tan. |
MENDIGA.- (Fuerte y con cierta irritación.) ¡Alabado sea Dios! |
CRIADA.- (Irritada.) ¡Por siempre! |
MENDIGA.- Vengo por las sobras. |
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(Cesan las campanas.) |
CRIADA.- Por la puerta se va a la calle. Las sobras de hoy son para mí. |
MENDIGA.- Mujer, tú tienes quien te gane. ¡Mi niña y yo estamos solas! |
CRIADA.- También están solos los perros y viven. |
MENDIGA.- Siempre me las dan. |
CRIADA.- Fuera de aquí. ¿Quién os dijo que entraseis? Ya me habéis dejado los pies señalados. (Se van. Limpia.) Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales, camas de acero, para que traguemos quina las que vivimos en las chozas de tierra con un plato y una cuchara. Ojalá que un día no quedáramos ni uno para contarlo. (Vuelven a sonar las campanas.) Sí, sí, ¡vengan clamores! ¡Venga caja con filos dorados y toalla para llevarla! ¡Que lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral! (Por el fondo, de dos en dos, empiezan a entrar mujeres de luto, con pañuelos grandes, faldas y abanicos negros. Entran lentamente hasta llenar la escena. La CRIADA, rompiendo a gritar.) ¡Ay Antonio María Benavides, |
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