“Me resulta curioso que llamemos basura a toda la materialidad desechada en tiempos postindustriales, pero cuando es un jarrón roto, eso es arqueología”, bromea al otro lado del teléfono Carlos Sáez (Valencia, 1988). “No hay que obviar que la arqueología es de un período del que no hay tanto escrito, pero la carcasa de un Nokia 3310 con un tribal también le está transmitiendo información a una persona que ha nacido en el 2000 y no vivió eso. Si la idea es comprender la experiencia humana por sus restos materiales, los más recientes son, simplemente, una huella más gráfica y actual”, defiende el artista.
Su propia obra podría interpretarse como un relato de la relación entre el hombre y la tecnología —y, en cierto modo, de esos adolescentes que crecieron en los 90 entre ambos universos—. Desde su primera galería virtual, un estimulante scroll de psicodélicos cadáveres exquisitos y piezas de los creadores más atractivos de Internet; a sus últimas obras transhumanistas, que reivindican la autonomía de los cuerpos y nos acercan un futuro optimista en el que debates como la fluidez de género y el derecho civil a modificarse ya están superados.
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