Lacalle Pou y la política exterior
Las relaciones internacionales del Uruguay cambiaron con la llegada de la nueva administración en marzo de 2020. Se ha desplegado lo que pue-de llamarse la doctrina Lacalle Pou en política exterior.
Una visión que se ha potenciado con la actuación del nuevo canciller Bustillo.
Es
una doctrina que tiene tres características estructurales. En primer
lugar, define el interés nacional del país y actúa en consecuencia: se
trata de fomentar las relaciones comerciales, de abrir la economía
nacional a la inversión y a mayores exportaciones de forma de crecer,
lograr mejores empleos para los trabajadores y mayor prosperidad para el
país productivo.
En concreto, ese objetivo ha tenido como
consecuencia remover la modorra que había ganado a un Mercosur cerrado
sobre sí mismo desde hace al menos dos décadas: la apertura con China es
claro ejemplo en ese sentido.
Sin embargo, aquí no hay
dimensiones ideológicas que desdibujen esos intereses nacionales. En
efecto, se puede ser muy duro conceptualmente, señalando por ejemplo que
hay países del continente que sufren los atropellos del autoritarismo
político, y a la vez estar dispuesto a promover espacios de libre
comercio con esos países autoritarios. El caso paradigmático es el de
Cuba: la doctrina Lacalle Pou ha sido clara en ámbitos internacionales
en criticar la dictadura castrista, pero también ha dicho que con todo
gusto se pueden explorar acuerdos de libre comercio con La Habana.
En
segundo lugar, la doctrina Lacalle Pou hace jugar a fondo el gran “soft
power” que acumula nuestro país desde hace décadas y que se ha
revigorizado a raíz de la forma en la que encaramos las consecuencias de
la pandemia. El “soft power” refiere a una influencia uruguaya que va
mucho más allá de las condiciones objetivas de poder del país
-relativamente pequeño territorialmente en Sudamérica y claramente poco
poblado en comparación con gigantes de la región.
En efecto, es
una influencia ganada a partir de nuestro histórico modelo republicano,
de la importancia de nuestra cultura y de nuestra diplomacia, y del
papel fundamental de Uruguay, por décadas, en instancias internacionales
que privilegian el diálogo y la negociación para alcanzar objetivos
comunes.
A partir de ese protagonismo democrático destacado, la
doctrina Lacalle Pou fija a Uruguay como modelo en la región y actúa en
consecuencia.
En concreto, esa acción implica promover al país
como lugar de residencia y de inversión para todos aquellos que en
tiempos turbulentos sepan apreciar la estabilidad, la democracia y las
garantías de libertad y estado de derecho que entre nosotros son la
regla. Pero, además, implica hacer valer el sitial de destaque
democrático del Uruguay en las negociaciones y vínculos con
instituciones internacionales relevantes -Banco Interamericano de
Desarrollo, Comisión Andina de Fomento, Organización de Estados
Americanos, tribunas internacionales de defensa de derechos humanos,
etc.- de forma de posicionarse como un interlocutor relevante para toda
la región.
En tercer lugar, la doctrina Lacalle Pou se afirma en
diálogos bilaterales para hacer avanzar nuestra agenda internacional. El
caso es evidente para el tratado de libre comercio con China. Pero
también con Chile, en una cooperación más profunda entre los dos países
que mejor enfrentaron la pandemia en toda la región; con Brasil, en el
sentido de fijar el objetivo de apertura comercial coordinado con la
principal economía sudamericana; y con Argentina, con quien tenemos
intereses de desarrollo de infraestructura en nuestra frontera común
-allí están el puente en el norte del país o la mayor navegabilidad del
río Uruguay como ilustraciones concretas.
Hijo de su tiempo, Lacalle Pou adapta a las exigencias del siglo XXI viejas enseñanzas que la historia y la geografía han dejado al país.
No
estamos ante una doctrina radicalmente novedosa. Hijo de su tiempo,
Lacalle Pou adapta a las exigencias del siglo XXI viejas enseñanzas que
la historia y la geografía han dejado al país: la predominancia del
puerto de Montevideo -y por eso también la gran inversión allí
prevista-; el desarrollo fenomenal de los productos de calidad de
nuestra pradera -y por eso la necesaria apertura al mundo que consume
esos productos- y la relevancia del país-frontera, ese que tiene la
llave de ingreso por los ríos al sur del continente y que siempre fue el
balcón desde el cual mirar atentamente lo que ocurre en Argentina.
Sin
ser novedosa, es una doctrina que, empero, aparece como sustancialmente
nacionalista: sus objetivos responden a los intereses de siempre del
Uruguay.
Si logra consolidar resultados concretos, será una
formidable herramienta que propenderá al desarrollo y a la prosperidad
nacionales.
EL PAIS UY
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