LA BELLA AZUCENA Y SU MARIDO HELENA.
Esta historia transcurre en Montevideo hace
pocos años. En un condominio de
apartamentos rodeados por una verja de seguridad se muda un hombre ya maduro y recién salido
del hospital.
Se pasaba el día en cama y abría las
cortinas de sus amplios ventanales a
dormir en calzoncillos sin importarles lo que los demás vecinos dijeran al
pasar. Los apartamentos formaban como un
círculo alrededor de una explanada de césped bien cortado donde las familias,
por turno, hacían los asados los fines de semanas.
El hombre maduro no salía a ninguna parte ni
se relacionaba con nadie. Un día mientras orinaba en su baño un mareo lo hizo
caer sobre la bañera y de su boca salio
un grito desgarrador. Enseguida acudió un grupo de mujeres. Y entre ellas, una fuerte como un oso
lo levantó con una sola mano y lo puso de pie. Las demás mujeres trajeron una
silla, ya afuera de su habitación, y lo examinaron alborotadas. La chica oso fue al grano.
-Tiene un gran chichón aquí en la cabeza.
Busquen hielo y coloquenlo sobre este.- dijo con resolución.
Otra chica, de cabello rojo, figura delgada, muy bella y femenina, trajo hielo y se lo
aplicó con un pañuelo al señor sobre el mencionado chichón.
Llamaron por el Cell a la hija del señor quien
rauda dejó su trabajo y llegó alarmada a ver a su padre.
El señor ya estaba recuperado y no quería ir
al Hospital.
Esa noche se efectuaría un asado en la
explanada común por parte de las dos
chicas. Adornaron todo el recinto con velas protegidas del viento y guirnaldas
de papeles brillantes por todos los apartamentos.
Invitaron al señor, ya recuperado, a
participar en el asado nocturno.
-Es que lo vemos tan solo, con solo su hija
que lo visita cada vez que el laburo se
lo permite que decidimos que sea nuestro invitado de honor.
-Estoy muy agradecido a vosotros. Son unas
chicas muy amables.
La chica que parecia un oso, de pelo corto, torso
amplio, piernas medio torcidas por sostener mucho peso y de hablar ronco, le
dijo al Señor:
-Es un placer Mr. V… Déjenos presentarnos. Aquí
esta es mi esposa Azucena y yo su marido Helena. De ahora en adelante no
confunda nuestros roles ¿Está claro?
El señor dudó por unos segundos. Nunca había visto
a una pareja de mujeres que se sintieran tan orgullosas de pregonar al mundo su
relación.
-¡Ahh…! No se olvide del
asado esta noche. Es nuestro invitado.
Y se marcharon.
Esa noche el señor se sentó alrededor de una amplia
mesa mientras las chicas asaban la carne, otras vísceras y verduras en la
parrilla.
El señor conoció a los demás vecinos. Gente
agradable que le gustaba conversar y enseguida conocieron todo o casi todo de
Mr. V…
Comió su asado y bebió de una pequeña botella
de cerveza. Estaba feliz.
De repente Helena -el marido de Azucena- sacó
una guitarra y comenzó a entonar una canción en Ingles. Su dominio del idioma
le dijo al señor que la muchacha procedía de Miami o New York pero sus raíces eran
latinas.
El señor quedó embelesado con su voz profunda
y rasgada, como si sacara del alma un dolor profundo. Le recordó a la
cantante negra norteamericana BILLIE HOLLIDAY cuando estaba dominada por el
alcohol y las drogas.
Aplaudió con todas sus fuerzas, conmovido. Y
le dijo:
-Pero vos
parece una profesional. Deberías ofrecer tu talento en teatros o clubes
prestigiosos.
Ella abrió su boca con una estruendosa
carcajada.
- Vamos Mr. V... Si yo soy un simple sanitario. Con
eso me gano la vida y es suficiente para mantener a mi esposa.
Días después la veía llegar en su moto con un
cinturón a la cintura con destornilladores, pinzas y otros objetos propios del oficio,
mientras Azucena la recibía en la puerta con un simple beso.
Un día
se fueron a Miami. Y estuvieron ausentes como dos meses.
Una mañana Azucena apareció sola y un poco
triste. El señor no quiso preguntarle nada. No era de su incumbencia.
Pero estaba triste la Azucena. Extrañaba a su marido Helena.
Pero estaba triste la Azucena. Extrañaba a su marido Helena.
El señor le pregunto una tarde días después:
-Azucena. Se te ve triste.
- Ya pasará. Ya pasará. Mr. V…
Y siguió su camino.
Una
noche sus amigos le hicieron una fiesta frente a su puerta para disipar su
estado depresivo. Azucena, bajo el efecto de la bebida, comenzó a gritar:
-¡Helena! ¿Por qué me traicionaste, puta mala? ¿Por
qué me juraste amor eterno? ¿Dónde está el amor ahora? ¿A quién otra se lo entregaste? ¡Te extraño, mi amor. Te extraño!
Y lloraba desconsolada.
Los amigos la llevaron a la cama. Estaba
borracha.
El señor presenció todo desde su ventanal. Y se dijo:
-¡Hay amores. Hay amores! Que solo unos pocos
comprenden.
ORLANDO VICENTE
ALVAREZ
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