CUBA: ADORABLES VECINOS. UN CUENTO REAL.
Eran dos familias que vivian tras el muro trasero del Cementerio de la Ciudad.
Muy bien que se ayudaban: alguna gestión en el almacén, remedios caseros para enfermedades, etc. Hasta que un árbol de Guayabas desató una guerra y dividió en dos frentes aquel campo de batalla pre mortuorio.
Mirtha, que así se llamaba la patriarca de la casa del lado izquierdo había criado 10 hijos con un padre casi ausente, por lo que era una mujer corpulenta, de ademanes imperiosos y mandatos que no solicitaban ni una sola réplica de aquella tropa de hijos de todas las edades.
Josefina, por su parte. Era una dama delgada de hablar pausado y que convencía con la fuerza de la razón y la dulzura. Hasta que se produjo el día del drama.
-Mirtha-dijo Josefina a su vecina- el árbol de Guayaba que está en el patio nos pertenece. Ustedes colocaron un cercado que incluía el tronco para vuestro patio y así quedó del lado de tu propiedad.
Josefina trago en seco, guardando la ira y le contestó:
-Mira vecina. Con el árbol puedes hacer lo que quieras, incluso metértelo por donde tú sabes…-hizo una transición y respiro más aliviada -Dejame decirte que la única porción de tierra las tenemos todos garantizada allá enfrente-en el cementerio.
Dio media vuelta y se encerró en la casa.
Mirtha, triunfante, pidió a sus numerosos hijos que la ayudaran. Arrancó el cercado y por unas pulgadas lo volvió a colocar de modo que el guayabo quedara incluido en su propio patio.
Pero el Guayabo desparrama sus ramas para la casa de Mirtha. Josefina tuvo una idea genial. Ató un cordel de alambre al tronco del árbol y clavó el otro extremo profundo en su suelo junto a la cocina.
Así quedó el árbol unos meses arrojando sus frutos al patio de Mirtha, que prohibió a sus hijos, so pena de una buena tanda de azotes, que no tomaran ni una sola de los atractivos frutos que colgaban o caían maduros hasta que se podrían como bocado prohibido para los niños que no entendían estas cosas de adultos.
Cuando salí de Cuba el árbol seguía en pie. Pero el buen trabajo realizado por Josefina, la tracción lenta, etc, dio sus frutos y el guayabo al fin se erguía, esta vez, inclinado hacia el patio de la demandante.
Josefina vio aquello como un triunfo personal.
Y así fue como dos familias vecinas, antes inseparables, se pelearon por un común árbol de guayabas y fueron enemigas para siempre.
ORLANDO VICENTE ÁLVAREZ
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