NUESTRO URUGUAY POR DENTRO🇺🇾🇺🇾🇺🇾
SE CUMPLEN 200 AÑOS
El 5 de septiembre de 1820, José Artigas cruzó el río Paraná hacia el exilio en Paraguay, rodeado de un grupo de fieles compañeros. Entre ellos estaba el cacique guaraní, Matías Abacú, con algunos de sus hombres; y también el Teniente Andrés Latorre, uno de los mejores y más fieles amigos de Artigas. Gracias a Latorre se confirma la hipótesis de que Artigas no fue a refugiarse vencido a Paraguay, sino que fue a buscar ayuda para proseguir la lucha. En tierra paraguaya vivió las últimas tres décadas de su vida, de los 56 a los 86 años.
Artigas llegó a Asunción el 16 de setiembre de 1820 sin más equipaje que una maleta de esas que se ponen sobre el caballo, y sus ropas en muy mal estado. Una celda en el Convento de la Merced, fue su habitación primera. No pudo hablar con el jefe absoluto de Paraguay, el excéntrico Gaspar Rodríguez de Francia, porque nunca lo recibió ni respondió a sus cartas. El dictador ordenó dispersar a los acompañantes de Artigas en tres pueblos distintos, Guarambaré, Cambacuá y Laurently. De modo que solo quedó a su lado Joaquín Lencina, (Ansina).
Artigas confiaba en algunos amigos paraguayos entre los cuales estaba el prestigioso Fulgencio Yegros, con el cual había luchado en contra de los invasores ingleses. Latorre lo esperó al jefe durante muchos años. Cuando pudo enviarle un mensaje a su esposa desde Santa Fé a la Banda Oriental, el 26 de febrero de 1823, le manifestó que Artigas le "había prometido regresar”.
Para alejar a Artigas de la capital se dispuso su internación a 380 kilómetros de Asunción. Así fue que Artigas pasó de su reclusión en el Convento de la Merced al aislamiento político en los alrededores de la villa San Isidro de Curuguaty, acompañado de Ansina. Ese no era un lugar despoblado, allí estaban los mejores yerbatales paraguayos. Se le enviaba mensualmente una onza de oro; cantidad que alcanzaba y sobraba en aquella villa con más de 14.000 habitantes. Con los años esta ayuda económica desapareció, cuando las autoridades se enteraron que Artigas compartía el dinero ayudando a los pobres.
Los paraguayos que habían conocido personalmente a Artigas, rendían admiración en coplas que con arpas y guitarras recorrían los pueblos. Es de maginar el enojo de “El Supremo” cuando se enteró de que en Asunción se entonaban coplas artiguistas. En el Archivo Nacional de Asunción se guardan las fojas de un proceso movido en contra de los cantores, músicos y acompañantes que cantaban dichas coplas.
Por pura precaución, José Artigas fue arrestado algunos días después de la muerte de Francia, ocurrida el 20 de septiembre de 1840. Antes de morir el dictador había expresado: “Si quieren tener paz por algunos años, prendan a Artigas”. Eso hizo la junta militar que tomó el poder: lo apresaron y lo engrillaron, con 76 años de edad. Así estuvo durante casi un año, hasta que el nuevo gobierno de Carlos Antonio López, primer presidente constitucional del Paraguay, lo hizo trasladar a Asunción, donde vivió por casi diez años, en la quinta de Ibiray, propiedad del presidente, rodeado del afecto de sus vecinos paraguayos.
“Oberavá Karay” (Señor resplandeciente), “Karaí Marangatú” (Señor bueno) y “Karay Guazú” (Gran señor) era como le llamaban los que le profesaban un respeto especial. Se conoce como “Kamba Cua” (cueva de negros) y “Kamba Kokue” (chacra de negros) los dos lugares donde aún viven descendientes de los leales compañeros afroamericanos que como dijo Ansina, estaban dispuestos a ir con él “hasta el fin del mundo”.
Aníbal Terán Castromán
Fuentes de Información: Wilson Mesa, “La otra vida de José Artigas: Paraguay”. Daniel Hamerly Dupuy – Lagomarsino: “Rasgos biográficos de José Artigas en Paraguay”. Nelson Caula: “Artigas Ñemoñaré”, tomo 1. Gonzalo Abella: “El resplandor desconocido”. Jesualdo Sosa: “Artigas”. Andrés Avelino Escobar: “Crónicas y semblanzas de Guarambaré”.
Adjunto el único retrato conocido de Artigas hecho por Alfred Demersay cuando lo visitó en su exilio paraguayo.
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Montevideo en fotos
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SE CUMPLEN 200 AÑOS
El 5 de septiembre de 1820, José Artigas cruzó el río Paraná hacia el exilio en Paraguay, rodeado de un grupo de fieles compañeros. Entre ellos estaba el cacique guaraní, Matías Abacú, con algunos de sus hombres; y también el Teniente Andrés Latorre, uno de los mejores y más fieles amigos de Artigas. Gracias a Latorre se confirma la hipótesis de que Artigas no fue a refugiarse vencido a Paraguay, sino que fue a buscar ayuda para proseguir la lucha. En tierra paraguaya vivió las últimas tres décadas de su vida, de los 56 a los 86 años.
Artigas llegó a Asunción el 16 de setiembre de 1820 sin más equipaje que una maleta de esas que se ponen sobre el caballo, y sus ropas en muy mal estado. Una celda en el Convento de la Merced, fue su habitación primera. No pudo hablar con el jefe absoluto de Paraguay, el excéntrico Gaspar Rodríguez de Francia, porque nunca lo recibió ni respondió a sus cartas. El dictador ordenó dispersar a los acompañantes de Artigas en tres pueblos distintos, Guarambaré, Cambacuá y Laurently. De modo que solo quedó a su lado Joaquín Lencina, (Ansina).
Artigas confiaba en algunos amigos paraguayos entre los cuales estaba el prestigioso Fulgencio Yegros, con el cual había luchado en contra de los invasores ingleses. Latorre lo esperó al jefe durante muchos años. Cuando pudo enviarle un mensaje a su esposa desde Santa Fé a la Banda Oriental, el 26 de febrero de 1823, le manifestó que Artigas le "había prometido regresar”.
Para alejar a Artigas de la capital se dispuso su internación a 380 kilómetros de Asunción. Así fue que Artigas pasó de su reclusión en el Convento de la Merced al aislamiento político en los alrededores de la villa San Isidro de Curuguaty, acompañado de Ansina. Ese no era un lugar despoblado, allí estaban los mejores yerbatales paraguayos. Se le enviaba mensualmente una onza de oro; cantidad que alcanzaba y sobraba en aquella villa con más de 14.000 habitantes. Con los años esta ayuda económica desapareció, cuando las autoridades se enteraron que Artigas compartía el dinero ayudando a los pobres.
Los paraguayos que habían conocido personalmente a Artigas, rendían admiración en coplas que con arpas y guitarras recorrían los pueblos. Es de maginar el enojo de “El Supremo” cuando se enteró de que en Asunción se entonaban coplas artiguistas. En el Archivo Nacional de Asunción se guardan las fojas de un proceso movido en contra de los cantores, músicos y acompañantes que cantaban dichas coplas.
Por pura precaución, José Artigas fue arrestado algunos días después de la muerte de Francia, ocurrida el 20 de septiembre de 1840. Antes de morir el dictador había expresado: “Si quieren tener paz por algunos años, prendan a Artigas”. Eso hizo la junta militar que tomó el poder: lo apresaron y lo engrillaron, con 76 años de edad. Así estuvo durante casi un año, hasta que el nuevo gobierno de Carlos Antonio López, primer presidente constitucional del Paraguay, lo hizo trasladar a Asunción, donde vivió por casi diez años, en la quinta de Ibiray, propiedad del presidente, rodeado del afecto de sus vecinos paraguayos.
“Oberavá Karay” (Señor resplandeciente), “Karaí Marangatú” (Señor bueno) y “Karay Guazú” (Gran señor) era como le llamaban los que le profesaban un respeto especial. Se conoce como “Kamba Cua” (cueva de negros) y “Kamba Kokue” (chacra de negros) los dos lugares donde aún viven descendientes de los leales compañeros afroamericanos que como dijo Ansina, estaban dispuestos a ir con él “hasta el fin del mundo”.
Aníbal Terán Castromán
Fuentes de Información: Wilson Mesa, “La otra vida de José Artigas: Paraguay”. Daniel Hamerly Dupuy – Lagomarsino: “Rasgos biográficos de José Artigas en Paraguay”. Nelson Caula: “Artigas Ñemoñaré”, tomo 1. Gonzalo Abella: “El resplandor desconocido”. Jesualdo Sosa: “Artigas”. Andrés Avelino Escobar: “Crónicas y semblanzas de Guarambaré”.
Adjunto el único retrato conocido de Artigas hecho por Alfred Demersay cuando lo visitó en su exilio paraguayo.
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