"Tenía vergüenza de mi pobreza y de mi familia. (¡Pero son unos monstruos!) Y si hoy puedo hablar de ello con sencillez es porque ya no me avergüenza aquella vergüenza ni me desprecio por haberla sentido. Sólo conocí esa vergüenza cuando me metieron en el colegio. Antes, todo el mundo era como yo y la pobreza me parecía el aire mismo de este mundo. En el colegio conocí la comparación.
Un niño no es nada por sí mismo. Son sus padres quienes lo representan. Cuando uno ya se ha hecho hombre, hay mucho menos mérito en no conocer estos feos sentimientos. Porque entonces se lo juzga a uno por lo que es, y hasta se llega a juzgar a los padres por lo que uno ha llegado a ser. Ahora sé que habría necesitado un corazón de una pureza heroica y excepcional para no sufrir aquellos días en que leía en la cara de un amigo más rico la sorpresa que no acertaba a disimular al ver la casa donde yo vivía.
Sí, me sentía mortificado, lo que no deja de ser común. Y hasta los veinticinco años soporté con rabia y vergüenza el recuerdo de aquella mortificación porque me negaba a ser común. En cambio, ahora sé que lo soy, y como ya no me importa poco ni mucho, me preocupo por otras cosas...".
-Albert Camus. [Cuadernos V].
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