Colette, en uno de sus libros de memorias con los que se deleitaba escandalizando a sus lectores en los años treinta y cuarenta, cuenta la historia de los catálogos imaginarios compilados por su amigo Paul Masson, ex magistrado de las colonias y empleado de la Biblioteca Nacional, un excéntrico que puso fin a su vida junto al Rin, introduciéndose en la nariz un algodón empapado en éter y ahogándose en apenas treinta centímetros de agua después de perder el conocimiento. Según Colette, cuando Masson iba a visitarla en su villa a orillas del mar, se sacaba de los bolsillos un escritorio portátil, una estilográfica y un paquetito de fichas en blanco. «¿Qué haces?», le preguntó Colette un día. «Trabajar», le contestó él. «Hacer mi trabajo. Me han destinado a la sección de catalogación de la Biblioteca Nacional. Estoy haciendo un inventario de los títulos». «¡Ah! ¿Y puedes hacerlo de memoria?», le preguntó Colette maravillada. «¿De memoria? ¿Qué mérito tendría eso? Hago algo mejor. He comprobado que la Nacional es muy pobre en obras latinas e italianas del siglo XV», explicó Masson. «Hasta que el azar o la erudición vengan a llenar esos huecos, escribo los títulos de obras extremadamente interesantes que deberían haber sido escritas... Con ellos podrá salvarse al menos el prestigio del catálogo... » «¿Pero si los libros no existen...? » «¡Ah!», contestó Masson con un gesto frívolo-. «¡No esperarás que lo haga yo todo! »
- Alberto Manguel
No comments:
Post a Comment