"Sé como el agua, amigo mío." (Bruce Lee)
El pensamiento humano debe despegarse de sí mismo, salir al exterior y dejar de determinar a la realidad. Debe dejar que la realidad, es decir, lo otro, lo determine a él. El pensamiento debe dejar de darle forma a las cosas y empezar a adquirir la forma de las cosas, como el agua cuando llena un objeto, como si fuera una suerte de materia plástica, que se adapta a lo que toca, que se deja dar forma por lo otro, y que se adapta a este.
De esta forma, el pensamiento debe dejar de actuar como soberano de la realidad y dominar a las entidades para empezar a relacionarse con ellas en tanto que estas difieren de él, de su voluntad y de sus necesidades.
El pensamiento debe llegar a ser trascendente, pero no entendido como fuera del ámbito de lo sensible como una duplicación de mundos, sino como trascendente al propio ego, es decir, debe destronar al Yo. Pero no a la palabra "yo", sino al halo divino que posee en nuestros tiempos el yo como entidad divinizada, con propiedades inherentes a las entidades metafísicas o religiosas como son lo permanente, lo esencial o lo substancial. Nada hay en esa pequeña palabrita más que un ser finito e ínfimo en la inmensidad del universo en el intento de distinguirse de todo lo que no es él mismo. Sin embargo, hemos llevado esta palabrita a lo más alto de nuestros valores, el "Yo" hoy en día opera como soberano u ordenador de la realidad, a partir de la idea de propiedad privada que de ella se desprende.
En efecto, la propiedad privada no es más que una extensión de ese "Yo" que se cree Señor, Ser divino y puro que todo lo puede a partir de su voluntad y capacidad creativa que, dicho sea de paso, no le pertenece, ya que la naturaleza es en sí misma creadora, y nosotros creados a partir de ella.
El ser humano debe empezar a pensarse inmerso en un orden que lo antecede y al que pertenece, es decir, como parte del todo y no su dueño.
De esta manera, resulta necesario entender que el aspecto individual de lo humano - tan sobredimensionado en occidente- es simplemente la parte más pequeña de la totalidad de la humanidad, que el individuo sin comunidad, sin sociedad, no es nada y que, paradójicamente, somos en virtud de los otros y de todo lo otro.
En este sentido, vale la pena mencionar aquello que es previo y en lo cual estamos insertos, a saber: el universo físico tal como lo conocemos, es decir, las estrellas, la galaxia, el sistema solar, el planeta tierra con toda su vida y riqueza (la pachamama) y, dentro de ella, todo lo que posibilita nuestra vida, como el oxígeno, el aire, la atmósfera, los vegetales, las plantas y los animales de todas las especies. Todo esto no lo creamos a partir de nuestra percepción, ni nos pertenece a nosotros como especie, y mucho menos a un individuo o a una casta de individios, sino que es un lugar común, donde todos juntos vivimos y, en tanto que lugar común, es necesario pensarnos a partir de la noción de comunidad, tanto de personas como de entidades vivas y no vivas.
De esta forma, podemos dar paso a una forma de vida más rica, tanto para lo humano como para lo animal, y para la tierra. Nuestra fortaleza no se encuentra en la individualidad, en el sujeto, sino más bien en la noción de comunidad, y particularmente, en la calidad de la relación que establecemos entre nosotros mismos y con todo lo que nos rodea.
No comments:
Post a Comment