5El PBI promedio de este año es más bajo que en 2019, y entre enero y
julio se mantuvo totalmente estancado. El motivo principal es el cepo
que imposibilita cualquier inversión relevante que nos permita retomar
un sendero de crecimiento. Nadie traerá un dinero que luego no podrá
sacar. Tampoco lo arriesgarán los locales. Fernández no para de criticar
al gobierno anterior (incluso cuando llama al diálogo). Debiera
agradecerle haberle dejado un déficit casi nulo, una deuda en parte
trasladada del mercado al FMI –lo cual facilita los rollovers y mantiene
el costo del financiamiento bajo–, reservas en el Banco Central, un
tipo de cambio competitivo y las tarifas corregidas. Pero atento a este
detalle. Sobre el final del mandato anterior el gobierno usó el cepo
como un puente para transitar sus últimos meses de gestión de cara a la
incertidumbre que generaban los discursos incendiarios de la futura
administración. Sin embargo, como una suerte de caballo de Troya, el
cepo, de prolongarse en la nueva administración, aseguraba el fracaso de
la presidencia de Fernández. Fernández, inconsciente del riesgo, probó
del cáliz envenenado, y quedó inmediatamente prendido. Ahora como en un
cuerpo que se va acostumbrando a la droga necesita aplicar dosis cada
vez mayores y más dañinas. Como un adicto que no logra controlarse, la
administración luce cada vez más perdida. La única manera de recuperar
la iniciativa es desprenderse de la droga, que en este caso implicaría
desmantelar el cepo cambiario de manera inmediata (de hecho, volver a la
normalidad, Argentina vivió sin cepo veinte años entre 1991 y 2011). Si
no lo hace, en 2023 entregará una economía anémica y habrá destrozado
su aparato productivo. ¿Aguanta hasta 2023? Sí. Pero en la agonía.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés, y profesor
visitante en Harvard Kennedy School y HEC, París. Ex Presidente del
BCRA.
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