Cuando el cabo de guardia, canturreando, lo condujo hacia la presencia del coronel, él sólo sentía ese dolor perdido de Regina, esa memoria dulce y amarga que tanto había escondido y que ahora brotaba a flote, pidiéndole que siguiera viviendo, como si una mujer muerta necesitara del recuerdo de un hombre vivo para seguir siendo algo más que un cuerpo devorado por los gusanos en un hoyo sin nombre, en un pueblo sin nombre.
Carlos Fuentes: La Muerte de Artemio Cruz
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