El arte de perder no es difícil de dominar;
tantas cosas parecen llenas del propósito
de perderse, que su pérdida no resulta un desastre.
Pierdan algo todos los días. Acepten la molestia
de las llaves perdidas, de la hora desperdiciada.
El arte de perder no es tan difícil de dominar.
Así que practiquen perder de más, perder más pronto:
lugares y nombres, y el destino al que pensaban
viajar. Nada de eso será un desastre.
Yo perdí el reloj de mi madre. Y, miren, se me fue
la última o la penúltima de tres casas amadas.
El arte de perder no es difícil de dominar.
Perdí dos ciudades encantadoras. Y, más aún,
algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.
Aun perdiéndote (tu voz chistosa, el gesto
que amo) no habré mentido. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil de dominar
aunque pueda parecer, (¡anoten!) parecer, un desastre.
Elizabeth Bishop. Un arte. (Versión al castellano: Isaías Garde)
Tal vez sirva de espejo este poema, pero uno raro, distinto, invertido, que refleje solo lo que perdimos, lo que ya no somos, lo que nos falta, una definición por la ausencia de nosotros mismos.
Quizás tenga sentido. Lo que perdimos, lo que no pudimos ser, lo que ignoramos, nuestras propias imposibilidades ¿no nos constituyen también, no nos hacen ser esto que ahora somos?
La piedra, al esculpirse, pierde materia. Pierde y gana. Gana en belleza, en arte. Dicen algunos escultores, tal vez con ironía, que la obra de arte siempre había estado allí, oculta en la piedra, que ellos solo se ocuparon de quitar todo aquello que sobraba para que la figura pudiera, al fin, ver la luz. Y para que nosotros podamos verla.
En fin, muy, muy bello, este poema de Bishop.
¡Saludos!
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