“Cuando después de vagar sobre el paisaje, mi mirada se fijaba en mis manos posadas sobre el alféizar, creía ver, debajo de ellas y entre mis dedos, las manos de M., blancas, delgadas y longilíneas, sus manos moribundas, tan distintas de sus manos vivas, luciendo bajo las mías como una imagen de doble exposición. Luego siseaba la cafetera, el café se derramaba, y mis manos vivas tenían que zafarse de las blancas manos de M para apagar la cocina y retirarla del fuego, pero me quemaba de forma invariable y comprendía, por el dolor, que aún no había aprendido nada.”
Es enero. Dos meses y un día después de la muerte de su pareja, una mujer llega a Olevano, un pueblo de Italia al que tenía previsto viajar con su compañero y que ahora visitará en solitario.
“Arboleda” de Esther Kinsky es un tríprico sobre la muerte, la pérdida y el duelo, pero también un canto reparador y lleno de esperanza y consuelo. Es una travesía por el paisaje en el que la ausencia y la vida se dan la mano y se remiten constantemente. Una travesía en solitario donde la narradora se plantea si podrá “sobrevivir a la inesperada extrañeza”.
Narración de largos paseos y de intensas miradas. Narración silenciosa que se desliza a través de altiplanos verdes, horizontes azules, nieblas, nubes, lluvias y piedra; narración de hombres y animales, de pájaros alzando el vuelo y flores fragantes; narración de pueblos vivos y de cementerios, de casas y de tumbas; narración que salpica de recuerdos un presente anclado en el tiempo, esbozando apenas un proyecto de futuro.
Olevano, Chiavenna y Comacchio. Tres destinos y tres desencadenantes de recuerdos a través del filtro de la mirada. Pero lo que de verdad importa no son los puntos de llegada si no las travesías, los caminos reales e imaginarios recreados por la escritura poética y precisa, rica en descripciones y matices de esta poeta alemana de la que espero Periférica siga traduciendo su obra.
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