Habían transcurrido 17 años sin que el gobierno cubano me permitiera viajar a Cuba. Excepto las vacaciones que Mamá y hermano habían pasado en Punta del Este y la visita que mi esposa había realizado a mi hija- que ya estaba conmigo más de año, me dieron el visto bueno por las nuevas medidas de Raúl Castro y al fin saqué el pasaporte cubano con un papelito simple que me autorizaba a viajar a mi tierra.
Mi hija y yo hicimos el viaje juntos. Muchas lágrimas y alegría entre todos a las 2 de la mañana cuando llegamos a la ciudad del Guaso.
Mi hijo a quien no veía desde los cuatro años esperaba el auto que nos traería, velando, estacionado en la esquina. Fue gran emoción de ambos vernos. Se había convertido en un guapo mozo, más alto que yo, atlético y hermoso.
En los días siguientes él me daba un beso en las mejillas antes de irse a sus estudios y también cuando regresaba en la tarde. Yo estaba conmovido por su necesidad de amor de padre y se sentaba en el corredor de casa a preguntarme sobre el Uruguay.
Pero la verdadera protagonista de esta historia era mi madre. Sin llanto, solo bromeaba y no cabía en sí de regocijo.
DR ORLANDO VICENTE ALVAREZ
CUBANO URUGUAYO
GENIO
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