"La mayor parte de los presidiarios era pervertida y depravada y de aquí que las calumnias y los insultos lloviesen como granizo.
Nuestra vida era infernal, insufrible, y, sin embargo, nadie se hubiera atrevido a sublevarse contra los reglamentos interiores del penal y las costumbres establecidas.
Por esta razón todos se sometían de buen o mal grado. Ciertos caracteres intratables no se doblegaban fácilmente, pero acababan por doblegarse. Forzados que, mientras estuvieron en libertad, habían colmado todas las medidas e, impulsados por su vanidad sobreexcitada, habían cometido los más horribles delitos, siendo la pesadilla, el terror y el espanto de comarcas enteras, quedaban domados en poco tiempo merced a nuestro régimen penitenciario.
El novato que trataba de orientarse, descubría al punto que allí no se sorprendería a ninguno e insensiblemente se sometía poniéndose al mismo tono de sus compañeros. Los presidiarios
estaban penetrados de cierto sentimiento de dignidad personal, como si el título de forzado equivaliese a un título honorífico.
Por lo demás, no se notaba en ellos ningún signo de vergüenza o de arrepentimiento."
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