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Tuesday, November 24, 2020

“Una mujer muy bella…”, Borges relata esta anécdota: “Estaba en Montevideo en un almuerzo de escritores. En realidad no sé cuántos años hace de esto, treinta o más, no recuerdo. Había mucha gente importante, entre ellos Fernán Silva Valdés, Pedro Leandro Ipuche y Emilio Oribe. / Me llamó la atención una señora de belleza casi alarmante. Me senté a su lado. / Hablamos de todo. De la Argentina y de la República Oriental, de nuestros escritores y poetas. Por supuesto, no sé si por mera cortesía o por congraciarme con ella hice el panegírico de Herrera y Reissig. Ella, por no ser menos, el de Lugones. / Era una carrera de virtudes literarias que no paraba. Mientras mi interlocutora se empecinaba en las dotes del argentino, más insistía yo en el oriental. Y así durante dos horas que no resultaron largas. / La competencia no cejaba. Para mí Herrera y Reissig era extraordinario —en realidad no sé si lo creía así— porque uno no es dueño de lo que dijo ayer, ni de lo que dirá mañana. Lo cierto es que casi la tenía convencida, un capricho, no sé. / La discusión llegaba a su fin. A los postres, y quizá un poco cansado, le pregunté: —¿Y usted, quién es? / —Me llamo Juana de Ibarbourou, ¿y usted? / —Yo me llamo Jorge Luis Borges. / No nos veríamos nunca más”. Véase Clarín, 19 de julio de 1979.

 “Una mujer muy bella…”, Borges relata esta anécdota: “Estaba en Montevideo en un almuerzo de escritores. En realidad no sé cuántos años hace de esto, treinta o más, no recuerdo. Había mucha gente importante, entre ellos Fernán Silva Valdés, Pedro Leandro Ipuche y Emilio Oribe. / Me llamó la atención una señora de belleza casi alarmante. Me senté a su lado. / Hablamos de todo. De la Argentina y de la República Oriental, de nuestros escritores y poetas. Por supuesto, no sé si por mera cortesía o por congraciarme con ella hice el panegírico de Herrera y Reissig. Ella, por no ser menos, el de Lugones. / Era una carrera de virtudes literarias que no paraba. Mientras mi interlocutora se empecinaba en las dotes del argentino, más insistía yo en el oriental. Y así durante dos horas que no resultaron largas. / La competencia no cejaba. Para mí Herrera y Reissig era extraordinario —en realidad no sé si lo creía así— porque uno no es dueño de lo que dijo ayer, ni de lo que dirá mañana. Lo cierto es que casi la tenía convencida, un capricho, no sé. / La discusión llegaba a su fin. A los postres, y quizá un poco cansado, le pregunté: —¿Y usted, quién es? / —Me llamo Juana de Ibarbourou, ¿y usted? / —Yo me llamo Jorge Luis Borges. / No nos veríamos nunca más”. Véase Clarín, 19 de julio de 1979.

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