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Saturday, November 7, 2020

Las palabras no benefician en nada al sentido oculto, lo que es siempre igual debe ser siempre algo distinto cuando se lo expresa, se debe falsear un poco, se debe presentar de un modo un poco extravagante. Si, y esto también es muy bueno y me agrada mucho, con esto también estoy muy de acuerdo: que lo que para un hombre tiene mucho valor y está lleno de cordura, para otro siempre suena a sandez.


  Las palabras no benefician en nada al sentido oculto, lo que es siempre igual debe ser siempre algo distinto cuando se lo expresa, se debe falsear un poco, se debe presentar de un modo un poco extravagante. Si, y esto también es muy bueno y me agrada mucho, con esto también estoy muy de acuerdo: que lo que para un hombre tiene mucho valor y está lleno de cordura, para otro siempre suena a sandez.

Govinda escuchaba silencioso.
-¿Por qué me has dicho lo de la piedra?-preguntó, vacilante, después de una pausa.
-Lo dije sin intención. O quizá porque amo a la piedra y al río y a todas estas cosas que vemos y de las cuales podemos aprender. Yo puedo amar a una piedra, Govinda, y también a un árbol o a un trozo de corteza. Pero no puedo amar las palabras. Por eso las doctrinas no son para mí, no tienen dureza, no tienen peso ni color, ni aristas, ni olor, ni gusto; no tienen más que palabras. Quizá sea esto lo que te impide encontrar la paz, quizá sean las muchas palabras. Pues también son simples palabras redención y virtud, sansara y nirvana. No hay ninguna cosa que sea nirvana; solo hay la palabra nirvana.
Habló Govinda:
-El nirvana, amigo, no es solo una palabra. Es un pensamiento.
Siddhartha prosiguió:
-Un pensamiento, ciertamente. He de confesarte, querido, que no hallo mucha diferencia entre pensamiento y palabra. Dicho con más claridad, no espero mucho de los pensamientos. Espero más de las cosas. Aquí, en esta barca, por ejemplo, había un hombre, mi antecesor y maestro, un santo varón que ha creído muchos años en el río, casi en nada. Ha notado que la voz del río le hablaba, de ella aprendió, ella le educó y enseñó; el río era un dios para él; durante muchos años ignoró que cada viento, cada nube, cada pájaro, cada escarabajo es tan divino y tan sabio y puede enseñar tanto como el reverenciado río. Cuando este santo varón se fue al bosque, lo sabía todo; sabía más que tú y que yo, sin haber tenido maestros, sin libros, solo por haber creído en el río."
"El fragmento pertenece a la obra "Siddhartha" escrita por Hermann Hesse en 1922, tras una estancia del escritor en la India y de que se empapara de los valores e ideas

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