CRISIS EN HOSPITAL DE MALDONADO. URUGUAY.
Ayer había amanecido con una lluvia torrencial,
pensé que a esa hora de la madrugada habría pocos pacientes en Hospital de
Maldonado. Pero no, existían grupos de dolientes que esperaban en Emergencia la
llamada por un altavoz casi mudo.
Fui a llorar a la amable Cardióloga que
hacía le ecocardiografía y le expliqué que me faltaba el aire al caminar media
cuadra y que era Diabético Tipo II. Sin apiadarse de mí me envió a sacar turno
en emergencia pues ella tenía que salir
rápido a una boda o cumpleaños bajo la lluvia, última moda en la clase
media.
Le dije que yo sabía lo que tenía y que en emergencia-
después de esperar varias horas, me bajaban la glicemia y me darían algún medicamento
para el corazón que ya sospechaba que en farmacia no existía.
Primero
me mandó a una de las ventanillas que era como la 17 o la 5, cada una de
las muchachas te enviaba a la siguiente,
para decirte que si no tenía un pase de Medicina general o de la Diebetóloga o de
la Cardióloga no podían hacer nada.
Miré la
cantidad de burócratas mal pagadas- aun las que estaban resguardada bajo
el cristal, a la derecha de la entrada del Hospital y que chismeaban
divertidamente sin atender ninguna queja.
Fui al Laboratorio y una paciente joven, por
llegar algo tarde a su turno por la lluvia, no la quisieron atender. La mujer
en un arranque de rabia desgarró las indicaciones de los análisis delante de todo el mundo.
Aquello era un escándalo pero los demás dolientes no dijeron nada. Y allí quedó el ripio de los papeles hasta que las
ayudantes de limpieza- ojo, tener cuidado a cómo te referís a estas pobres mujeres mal pagas- como
indicadores indirectos del maltrato que sufrían los pobres pacientes.
Para pasar por el pasillo del Laboratorio
había como 3 Segurities que preguntaban hacia donde uno se dirigía, se
conformaban con la palabra de destino sin comprobar si uno llevaba un coctel
molotov escondido bajo las ropas y lo iba a hacer estallar dentro del
Nosocomio.
Hay tantas mujeres tras ventanillas, más
otras que se encuentran detrás de ellas, que creo que sobrepasan al
personal médico y paramédico.
Hay un exceso de burocratismo insano. Entran
a trabajar por amiguismo o concurso. No sé.
Los siquiatras parecen haber sido expulsados
hacia la periferia como San Carlos y el Vigía. No tienen, algunos de los
enfermos mentales, ni boletos para el
transporte. Alguno de las enfermedades leves psiquiátricas ya ameritan que los
ingresen en el Vilardebó por lo mucho que sufren en esos viajes.
Habia un psiquiatra de pelo canoso, sin
peinarse y mirada extraviada, anciano, que ya debía estar tranquilamente
jubilado y rumiando y recordando todas las pesadillas que les provocaba al dar
tanto electroshock. Yo pensé que era un paciente escapado del Vilardebó, Pero
seguía dando consulta y repitiendo medicamentos al pobre pueblo que más sufría.
El pobre Doctor ya debían haberlo retirado. A los pacientes con síndrome de
“temor moderado al mundo” escapaban corriendo del consultorio al ver al anciano
hasta media cuadra donde caían ya curados del miedo, esa era la mejor terapia.
Otro Doctor de Medicina Interna con edad de retiro a quien
uno le explicaba una anamnesis correcta de su
padecimiento y él sin mirar la computadora decia con voz agria ¿Qué medicamentos necesita? Y
Uno quedaba paralizado ante esta respuesta.
Las enfermeras parecen bien enseñadas y
tratan con amor a los pacientes en curaciones y en emergencia, pero las
doctoras parecen estudiantes malas practicantes de la carrera de medicina y no
saben casi nada. Solo atender a los más traumatizados y que ante heridas
grandes y mucha sangre, pierden el conocimiento.
Las señoras de farmacia son amables al
decirte que ciertos medicamentos de uso crónico e impresencidibles no se
encuentran en existencia. Así que los diabéticos, epilépticos y cancerosos se quedan por semanas hasta que el laboratorio madre los provea y
desaparecen enseguida de farmacia ante
la demanda del pueblo.
Por eso te envían a la ventanilla No. 7 para
que la chica te pregunte si opta por una cremación o un entierro normal. Y los
ancianos, resignados se van a casa a esperar que Dios se los lleve si antes no
llega el medicamento al hospital.
Hay una mujer farmacéutica que parece que al
maquillarse antes de ir al trabajo come
un pedazo de puerco fresco para que sus labios
estén iridiscentes como Dios
manda y es una de la más vieja en la Farmacia, trata a los pacientes con la sequedad que se merecen
esos ancianos que no pueden con su alma y sin un medicamento que está en falta.
La de los labios sanguinolentos a medida que estos se los va secando y se le
quita el disfraz se pone de mal humor pues enseña su verdadera alma. Le tengo terror,
porque temo que rompa el cristal y devore mi cara como un caníbal y así sus
labios recuperen el color rojo intenso.
Pero lo peor es el burocratismo que
practican en las ventanillas de cristal donde envían a los ancianos
desorientados de una a otra, haciendo a veces colas interminables. Para
decirles que se equivocaron de ventanilla, que es la 2 o la 5 o la 10, y al fin
los ancianos terminan golpeando la puerta del baño a ver si lo atienden o si
hay alguien seminconsciente lo trate
correctamente.
Sé que personal administrativo está mal pago
y que eso se refleja en sus semblantes de mujeres frustradas. Debían agarrar
otro trabajo porque en la Salud deben tener una sensibilidad especial para
tratar a los pacientes, que no van por diversión, sino en busca de ayuda.
Excepto cuando la acompañante del doliente va vestida de mujer adinerada
entonces sus voces se dulcifican y atienden bien o dan una dulce explicación al
familiar.
Ya escribí un cuento sobre la Diabetóloga,
que trata bien o mal, según su depresión está en alza o baja o que su marido que le de
mantenimiento de vez en cuando.
Escribo un cuento sobre ella, claro que sin su nombre,
titulado “La Arpía con Bata Blanca”
Tenemos que ayudar al Hospital de Maldonado a
suplir sus carencias, sobre todo respeto
a la dignidad del paciente. No sé si el Director sabe de estas cosas o las sabe
y no puede hacer nada,
Y sobre todo, darle una paga digna a su
numerosa burocracia y a sus amables enfermeras.
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