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Sunday, February 7, 2021

Arte y Literatura URUGUAY · "La borra del café" es una novela del escritor uruguayo Mario Benedetti.

 

"La borra del café" es una novela del escritor uruguayo Mario Benedetti. Fue publicada por primera vez en 1992,​ en la ciudad de Madrid, lugar donde Benedetti residía. La novela está ambientada en la ciudad de Montevideo y cuenta originalmente con 48 capítulos.
ADIÓS Y NUNCA
El que se va se lleva su memoria,
su modo de ser río, de ser aire,
de ser adiós y nunca.
ROSARIO CASTELLANOS*
La etapa terminal de mamá duró seis meses, en realidad dos más de los pronosticados por el médico. Nunca
supe cuál había sido el mal ni quise averiguarlo. Durante el velorio, oí que alguien hablaba de células
tumorales, pero eso para mí no significaba nada. Lo cierto es que se fue apagando lentamente. Al principio se
empeñaba en desempeñar algunas tareas de la casa, las más livianas, pero luego pasaba largas horas en la cama,
sin leer ni escuchar la radio. Generalmente permanecía con los ojos cerrados, pero no dormía. Elenita se
acercaba a la cama en puntas de pie, pero ella de todos modos advertía su presencia y le hacía preguntas, que
mi hermana, impresionada por aquella quietud, respondía sólo con monosílabos. Luego le decía: “Ahora
dejame, Elenita, que mamá está cansada”.
También yo me acercaba y ella me miraba muy triste, pero rara vez lloraba. Me decía cosas más o menos
intrascendentes, como por ejemplo: “Tenés que ayudar a tu padre. A él le cuesta mucho ocuparse de la casa.
Ayudalo hasta que yo me cure ¿eh?”. O también: “No descuides el estudio. Eso es lo más importante”. Era su
forma de hacernos creer que no sabía que el final estaba cerca. Durante esos últimos seis meses jugamos todos
una partida de engaño contra engaño. La hipocresía piadosa.
A menudo venían a acompañar a mamá la prima Rosalba y la tía Joaquina, pero la cansaban con su cháchara y
sus chismes, tanto que el viejo habló con ellas y con el resto de la parentela para pedirles que no se quedaran
mucho tiempo, ya que después de cada visita mamá quedaba exhausta y el médico había indicado que la
dejaran tranquila. La tía Joaquina lo tomó como una agresión del viejo (nunca se habían llevado bien) y tanto
ella como mi prima Rosalba dejaron de venir.
También llegaba a veces el abuelo Javier (el viejo no se atrevía a limitarle las visitas a su hija) y con la sana
intención de animarla le contaba chistes (tenía una colección interminable) pero sólo conseguía que la enferma
se sonriera con desgano, como una última muestra de amor filial.
Mamá murió un domingo, a las tres y diez de la tarde. Ya hacía como una semana que no hablaba, y cuando
abría los ojos, uno no sabía si miraba algo o a alguien, o simplemente nos informaba que aún existía. Antes de
morir, no pronunció ninguna de esas frases dignas de ser recordadas por los deudos ni dio ningún consejo
final y perentorio. Simplemente dejó de respirar.
Era el segundo cadáver de mi historia. El primero había sido el Dandy. Curiosamente, cuando Norberto,
Daniel y Fernando se aparecieron por el velorio, surgió el nombre del Dandy, al que hacía un buen tiempo
que (así fuera a modo de exorcismo) no mencionábamos. Lo cierto era que el rostro de mamá en el féretro era
muy distinto al del Dandy allá en el Parque. Mamá tenía una expresión tranquila, como de descanso final y
bienvenido, en tanto que el Dandy había terminado con una mueca de angustia. El viejo le pidió a su
hermano, el tío Edmundo, que se ocupara de funeraria, velatorio y sepelio, y él se encerró en la cocina a tomar
mate. No quiso ver a nadie.
Elenita andaba por la casa como una almita en pena, así que me la llevé al altillo y le estuve hablando de temas
serios, aunque no siempre relacionados con la muerte. A sus ocho años, estaba totalmente desconcertada ante
esa imagen de mamá inmóvil, sorda y muda. “Elenita”, le dije mientras la acariciaba, “eso es la muerte: la
quietud total, la sordera total, la mudez total. Y no pensar. Ni soñar.” “¿Y sentir dolor?”, preguntó en medio
de un puchero que me conmovió. “No, tampoco sentir dolor.” En un primer momento, aquello pareció
conformarla, pero de pronto vio la higuera. “Ves, Claudio, la higuera no se mueve, no oye, no habla, no
piensa, no sueña, no siente dolor, pero está viva ¿no? A lo mejor mamita está como la higuera.”* Siempre he
sido un mal perdedor, así que le dije: “No, Elenita, la higuera no es una persona. Sigue otras leyes”. Eso de las
leyes, como no pudo entenderlo, la impresionó bastante, así que por suerte se calló.
GLOSARIO
Rosario Castellanos fue una destacadísima poeta mejicana
Puede ser una imagen de libro y texto que dice "La borra del café MARIO BENEDETTI todocoleccion"
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