TERREMOTO EN CHINANDEGA,
NICARAGUA: FIRME MI ALMA PERO MIS RODILLAS TEMBLABAN
Era una noche de guardia médica en el
derruido Hospital de Chinandega, Nicaragua.
Yo
había dejado a los nuevos internos- ya me había recibido-manejar los distintos
departamentos como la agitada Emergencia, ginecobstetricia, etc. Como había
hecho yo meses antes.
Fui a la habitación con camas donde los
médicos hombres descansaban y me dispuse a leer el diario La Prensa, de la
oposición al sandinismo al cual se nos tenía terminante prohibido leer al
personal médico y paramédico cubano. Dejado por los facultativos nicaragüenses,
yo por la tarde los guardaba bajo un colchón para darle lectura donde nadie
molestara pues traía artículos muy interesantes sobre Cuba y desenmascaraba la injerencia
cubana en el país centro americano.
Repentinamente pensé en los terremotos sin
que hubiera una razón plausible. Recordé que el lugar donde guarecerse en caso
de temblor fuerte, era bajo el dintel de las puertas. Miré la puerta. Parecía
fuerte. Aguantaría y me protegería. Me dediqué a leer una editorial sobre la
vida secreta de Fidel Castro cuando de repente una estampida llenó el espacio y
la tierra comenzó a temblar.
No hay sensación que describa lo que se siente
cuando la tierra, firme a nuestros pies sin sentirlo uno mismo por costumbre,
ya no está firme y uno se tambalea de lado a lado. Yo me olvidé del dintel de
la puerta y aterrorizado corrí al jardín que estaba en frente. En mi estampida
derribé un barril lleno de cristales rotos. No sé de donde mi cuerpo sacó la
fuerza para derribarlo al otro lado. Me paré tambaleante en el jardín mientras escuchaba
a un grupo de mujeres gritando.
Eran las madres de los niños internados en
la sala Respiratorio y cuya puerta se dislocó y no podían abrir mientras que
las dos enfermeras del otro lado hacían presión
y golpeaban en sentido contrario, la puerta no se abría por las dos presiones.
Pero no hay nada más poderoso que unas madres luchando como leonas por sus
bebes: derribaron la puerta y aplastaron en la estampida a las enfermeras.
Entonces se fue la luz eléctrica, tronó un
poderoso rayo que iluminó todo como un flash y comenzó una torrencial lluvia.
Yo fui a ayudar a mis internos. Todos
asustados pero sin abandonar sus labores. Nadie durmió en toda la noche.
A la mañana siguiente, cuando salía de la
guardia hacia la casa de los médicos cubanos, observé los estragos del temblor
de la noche. Como siempre, casas de los pobres sin techo, gente en las calles
preparando una peregrinación a la Virgen de Guadalupe. Y por último, vi a la
famosa Virgen tan venerada por los lugareños, doblado en dos, casi quebrada pero
con su rostro divino mirando a la calle.
Y en sus mansiones, quitadas a los
somocistas, en los suburbios de lujo de Chinandega, los oficiales de las FAR y
del MININT cubanos ni se percataron del siniestro.
Orlando Vicente
Álvarez
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