DAMA CON SOMBRERO EN UN
VERNISAGGE EN PUNTA DEL ESTE.
Recibí una invitación de una amiga pintora
para ver sus nuevos cuadros en un local del centro de Punta del Este. Muchos invitados bien vestidos
desfilaban frente a los oleos en
silencio.
No me gusta el arte abstracto, ni las performance,
ni el body paiting ni esas figuras esqueléticas de cuellos largos tipo Modigliani
que serían mejor actrices de un video XXX tipo Deep Throat. Tampoco esas mujeres Picassianas que tienen
ojos en el cuello, manos como tijeras y los pelos del pubis al costado de los
labios.
La pintora amiga-tenía que tener muchos
recursos monetarios pues aquí el arte es caro y montar exposiciones en galerías
amplias y elegantes cuesta una fortuna.
Me dediqué a observar los cuadros. Al fin,
pintura de mujeres regordetas, como nos gustan a los cubanos-no flacas ni
esqueléticas-sino con carne por todos los costados que exacerbaban la libido de
los morenos del Caribe. Me recordaban las damas desnudas de los pintores
flamencos como Rubens y otros. Esos sí captaban la opulencia de la belleza femenina
con toda la voluptuosidad.
La artista estaba de pie cerca de sus obras,
radiante gordita como las mujeres que pintaba y que eran todas como una copia
idealizada de sí misma, aunque mejoradas. La saludé amablemente y ensalcé su
obra. Ella me dijo que pasara a otra pieza donde se servían canapés y bebidas
finas.
Ya aburrido me acerqué a la mesa y tomé una
copa con un Vermut y entonces la vi. La Dama de mis sueños. De espalda, con un
poncho de colores originales típico de
los indios Mapuches que le llegaba casi hasta las rodillas, de donde asomaba un
pantalón rojo y unos bellos zapatos charol de alto y fino, tacón de del mismo
color.
Pero lo que más me llamó la atención de la
dama era un exquisito sombrero de grandes, grandes, alas anchas, con una cinta
roja en la cúpula, de donde se desgranaba un copioso cabello teñido de un rubio
maíz liso como agua quieta de un manantial.
Le hice frente a la Dama. Cuál fue mi
sorpresa. Tenía como 120 años pero parecía de 105, ya saben, maquillaje,
máscaras para el cuidado del cutis, etc. Hay mujeres que no envejecen nunca.
Cual momias se conservan bellas y atractivas y aun son capaces de animar la
psiquis de un hombre más joven.
Yo rompí el hielo:
-¿Nos conocemos anteriormente?
Ella me observó de arriba abajo con mirada escrutadora
que solo tienen las mujeres que han vivido una larga trayectoria entre la
riqueza y amantes infieles.
-No. Señor. No he tenido el gusto.
-¿Quiere un vaso de whisky o Vermut, se lo
alcanzo con sumo placer? Es usted una Dama encantadora-dije yo zalamero y
diciéndome para mis adentros que sería una de mis futuras amantes, tanto dinero
proyectaba y eso que NO soy ambicioso.
-Muchas Gracias. Ya yo tengo mi bebida
favorita: un Fermet, que aparte de ser un buen vino es bueno para el estómago.
¡Ulcera duodenal o Gastritis
crónica!-murmuré para mí mismo. No podía dejar de ser médico ni en las
circunstancias más desfavorables.
La dama con sombrero-capelina-como solo se
ven en las fotos de la familia Real Inglesa se alejó de mí y tomó asiento en un
banco. Yo la imité igualmente. A esta dama no la dejaba escapar yo tan
fácilmente. Me senté a su lado. Ella me miró con los ojos perdidos en la nada y
me preguntó:
-¿Vos a qué se dedica?
-Soy médico y ejerzo en Punta del ESTE.
-Pues yo soy una viuda solitaria. Casada en
primeras nupcias hasta que mi esposo falleció.
-Ahh. ¡Cuánto lo siento!
-No sienta nada. Era un maldito desgraciado,
avaro, infiel y avaricioso. Menos mal que me dejó una pequeña fortuna. Ahora me
dedico a viajar por el mundo y asistir a los vermisagges locales, como este
para beber un Fermet.
La dama con el sombrero de alas anchas y
cinta roja se apegó tanto a mí que ya yo no sabía si la capelina era de ella o mía.
Estábamos en una situación casi ridícula. Parecíamos una pareja de viejos enamorados
cazadores de reuniones de este tipo para engullir canapés y tomar alguna bebida
que nos hiciera olvidar el pasado o nuestra vejez. Pero a la dama se le subió el Fernet a la cabeza hasta
aterrizar en mis piernas. Yo me quede con el amplio sombrero en las manos
mientras ella entró en un sueño profundo.
Ni tan siquiera supe su nombre ni me
preguntó el mío.
Y así quedamos los dos como dos amantes sin
rumbo a quienes la bebida los había obligado a soñar en un maldito sueño
eterno.
ORLANDO VICENTE
ALVAREZ
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