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Friday, June 25, 2021

CARIBEÑA EN PUNTA DEL ESTE,BY ORLANDO VICENTE

 







   Yo tenía la prohibición de Cuba de no visitar a mis familiares por  17 años.
  Llamaba a Mamá Gloria por teléfono  cada mes.
  -¿Cómo te sientes mamá?
  - Barbara, hijo. Y a ti. ¿Cómo te va?
  - Macanudo, extrañándolos mucho…
   - Ay hijo. Aquí no hay café, ni aceite, ni pan fresco, ni harina. Castro nos ha quitado todo.
    Decia con humor. Y yo advertía:
   -¡Mamá! Que seguridad del estado te puede oír!…
  - Ya yo estoy vieja para temerle a esa partida de chivatos…. Ahora están  vendiéndonos unos chicharos de color  rojo… Dicen que los cultivan a escondidas en las tierras rojas de Baracoa.
   -Está bien Mamá.  Pero… ¿Qué hay de nuevo?
   - Bueno. Tú sabes que mi único padecimiento es que estoy ciega… Se murió tu prima M…. de  cáncer intestinal y tu otra prima Fe… de cáncer del pulmón por fumar como una cafetera. Pero la vida sigue, hijo, todos vamos al hueco tarde o temprano.  Yo le hablo a Dios directamente ya no confío ni en los curas. A veces le doy un escándalo en silencio o le pido perdón, eso de acuerdo al mal o bien que nos rodea.
  Mamá había sufrido la pérdida de dos hijos ya grandes y de mi padre. Los lloraba a veces pero decía que era la voluntad del altísimo y seguía con su buen humor y alegría.
     Entre mi hermano y yo la trajimos al Uruguay con mi hermano más chico que había quedado en Cuba. Gran emoción verlos sentí después de tantos años.
  -Vamos. Nada de llantos. Aquí estoy entera y feliz de verlos.
  Los hospedamos en la casa de mi hermano y mi cuñada uruguaya frente a la playa con el frescor del mar y el sol aun picante de los primeros días de otoño.
  Mi hermanito me dijo:
  -Ella dice que no ve nada, que está  ciega, pero despidió a la mujer que la cuidaba y ella misma limpiaba la acera con la escoba y veía la novela de las 8 pm en Cuba.
   La familia la observaba y le decía:
  - Abuela, pero usted algo ve.
  - Sí. Pero veo todo como entre una nube.
   -Entonces, ¿Cómo ve el polvo del corredor?
  - No pregunta. No más pregunta. Y la novela no la veo… La oigo.
  La primera vez que la llevamos a un gran supermercado dijo:
   -¡Pero que bodega más grande! ¿No se pierden entre tantos estantes? ¿Aquí hay guías?
   Le mostramos todo el shopping paseando entre las góndolas repletas de artículos y alimentos.
  - ¡Ave María Purísima! Pero cuántas cosas que no necesitan. Yo con un pedazo de carne, un plato de frijoles con arroz me conformo. Ahh. ¿Esos son chorizos?
   -SÍ, mamá, de todos los gustos y tamaños- le dijo mi hermano.
   -Pues de esos me compran... que Castro los eliminó y mi familia gallega y mi difunta madre los preparaba en el patio de la casa al borde del río Guaso y yo me acostumbré a comerlos, tengo antojo de chorizos.
     Yo le había comprado en Montevideo tres vestidos de lujo para que los llevara a Cuba. Los examinó, los estrujó entre sus dedos para apreciar su textura y me dijo:
  -¿Esta es la vestimenta que se ponen las mujeres maduras aquí?
  -Sí. Mamá. Y hay uno de seda pura.
  - ¿Cuál, el de color vino?
  - Sí- le dije.
  - Pues yo no me voy a poner eso en Cuba. Para mí,  batas blancas sencillas para andar en casa y vestidos  de  muchos colores para ir a los velorios. Esto se los regalaré a mi hermana que es más joven y siempre ha sido más audaz que yo.
Y continuó:
  -Ropa así me ponía para salir con tu padre a bailar al  Casino Español que Castro después convirtió en una casa de Cultura. Una porquería. Además, mi  difunto marido me colocaba una flor en el hombro izquierdo para demostrarme su amor.
  -Mamá. Aun no eres tan anciana. ¿Por qué no te echas un novio?
  - No hijo. Yo fui muy feliz con tu padre y seguí lo que me enseñaba la Iglesia Católica. “Un hombre para toda la vida” Le di 5 hijos pero él se fue antes que yo. Se me acercan algunos pretendientes, viejos sin dinero y sin casas, pero yo los espanto a todos. Tu padre fue mi primer amor, el único y así moriré.

  Me recuerdo de mi abuela  paterna “Presentación” viuda de un rico mercader y usurero. Mi abuela cultivaba su gran jardín en la mansión que vivía en el Reparto Dabul. Usaba un lindo sombrero de pajas adornado con flores, la única concesión que le daba el ser mujer. Era seria y casi no reía. Nos preparaba unas vainillas cada domingo cuando la visitábamos con mis padres en la camioneta.
  Cultivó una rosa Dalia que era su orgullo. Mi madre se tiró una foto junto a la flor que aún conserva entre sus archivos fotográficos. Mi abuela Presenta como les decíamos,  tenía un revolver guardado para espantar a los ladrones o intrusos ya que en aquellos tiempos el barrio Dabul estaba un poco lejos de la ciudad.
   Una tarde, siendo yo  médico y teniendo ya mi abuela como 86 años se sintió mal del abdomen y la llevé en mi auto al hospital ya casi inconsciente.
  El cirujano era de mi entera confianza y amigo mio. Mientras le hacía una maniobra que no deseo describir, mi abuela seminconciente empezó a gritar “Cojones, Cojones” Le salió todo lo de gallega que conservaba de su juventud, Murió tranquilamente esa noche y sus últimas palabras fueron  “Cojones, Cojones”. Pobre abuela mia. Murió como un jiquí, dura y seria como siempre había sido.   

  Días después una prima gallega de mi madre le hizo un almuerzo en su honor en el hotel del cual era dueña.
  La mesa estaba repleta de manjares suculentos. Mamá sin pedir permiso agarró un cuarto de pollo asado y se lo comió con las manos sin ceremonia alguna. Después se sirvió un plato de cerdo asado con verduras.  Se la estaba desquitando del pasado en que la dictadura la había privado de aquellos alimentos.
   Yo solo comí cerdo asado y algunas vegetales pues ya se había descubierto mi diabetes y estaba con tratamiento con hipoglucemiantes orales. No le había dicho nada a mamá.
  La repostera del hotel había hecho una tarta de durazno o melocotones y mucho merengue. Yo no pude resistir la tentación y comí un buen pedazo. De repente me dio deseos urgentes de ir al baño. En el camino me encontré a la repostera que tenía glaucoma, un ojo saltón y que miraba hacia otro lado en contraposición con el otro ojo aparentemente sano. También mi hermanito que iba para el baño.
  Entonces sucedió lo inesperado, un rotundo gas retumbó en el espacio y yo salí corriendo hacia el inodoro.
   Más tarde mi hermanito, que había presenciado mi situación junto a la pastelera me dijo:
   - ¡Compay te lánzate un gas que a la mujer se le enderezó el ojo y se le metió pa’ dentro!
  Yo me reí de sus palabras. Fue una de los chistes que después comentábamos en familia y todos nos reíamos, sobre todo mi madre.
    Esa noche mi madre la despertó un cólico intestinal de la hartura que se había dado en el almuerzo del hotel.
    Yo la examiné.
    -Es una ingesta mamá. Comiste demasiado. Tus  enzimas para digerir tanta comida inusual se han dormido. Ve ahora al baño y evacua.
  Así lo hizo mi querida vieja y después, aliviada, se durmió junto a mi hermanito como una niña.
     Mamá no le gustaban los cartuchos envasados o en blister de café que les comprábamos:
  -Esto no es café, muy refinado y glaseado. A mí me gusta el café en grano que en Cuba yo tostaba en un caldero con azúcar prieta. Ese sí era café del bueno. No este sintético, sea colombiano o brasileño. Nada como una tacita de  café cubano.   
  Después de dos meses de estancia en casa de mi hermano y escuchando bajo una sombrilla de la terraza canciones de Celia Cruz y Marco Antonio Solís mi madre le entró la añoranza de su casa en Cuba y dijo que quería irse.
  Mi hermanito que hacia como un año había abierto una pizzería al lado de casa estaba también preocupado por cómo estaba el negocio.
  Y al se fueron.
  Cuando la llamé días después por teléfono me dijo con humor:
  - No hay café, ni aceite, ni arroz solo chícharo de Baracoa.
  Y no la volví a ver hasta que después de 17 años me permitieron visitar a mi familia.

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