GUANTÁNAMO: MAMÁ GLORIA. MI HEROÍNA.
Yo tenía la prohibición
de Cuba de no visitar a mis familiares por
17 años.
Llamaba a Mamá
Gloria por teléfono cada mes.
-¿Cómo te sientes
mamá?
- Barbara, hijo. Y
a ti. ¿Cómo te va?
- Macanudo, extrañándolos
mucho…
- Ay hijo. Aquí no
hay café, ni aceite, ni pan fresco, ni harina. Castro nos ha quitado todo.
Decia con
humor. Y yo advertía:
-¡Mamá! Que
seguridad del estado te puede oír!…
- Ya yo estoy
vieja para temerle a esa partida de chivatos…. Ahora están vendiéndonos unos chicharos de color rojo… Dicen que los cultivan a escondidas en
las tierras rojas de Baracoa.
-Está bien
Mamá. Pero… ¿Qué hay de nuevo?
- Bueno. Tú
sabes que mi único padecimiento es que estoy ciega… Se murió tu prima M…. de cáncer intestinal y tu otra prima Fe… de cáncer
del pulmón por fumar como una cafetera. Pero la vida sigue, hijo, todos vamos
al hueco tarde o temprano. Yo le hablo a
Dios directamente ya no confío ni en los curas. A veces le doy un escándalo en
silencio o le pido perdón, eso de acuerdo al mal o bien que nos rodea.
Mamá había
sufrido la pérdida de dos hijos ya grandes y de mi padre. Los lloraba a veces
pero decía que era la voluntad del altísimo y seguía con su buen humor y
alegría.
Entre mi
hermano y yo la trajimos al Uruguay con mi hermano más chico que había quedado
en Cuba. Gran emoción verlos sentí después de tantos años.
-Vamos. Nada de
llantos. Aquí estoy entera y feliz de verlos.
Los hospedamos en
la casa de mi hermano y mi cuñada uruguaya frente a la playa con el frescor del
mar y el sol aun picante de los primeros días de otoño.
Mi hermanito me
dijo:
-Ella dice que no
ve nada, que está ciega, pero despidió a
la mujer que la cuidaba y ella misma limpiaba la acera con la escoba y veía la
novela de las 8 pm en Cuba.
La familia la observaba
y le decía:
- Abuela, pero
usted algo ve.
- Sí. Pero veo
todo como entre una nube.
-Entonces, ¿Cómo
ve el polvo del corredor?
- No pregunta. No
más pregunta. Y la novela no la veo… La oigo.
La primera vez
que la llevamos a un gran supermercado dijo:
-¡Pero que bodega más grande! ¿No se pierden entre tantos estantes? ¿Aquí hay guías?
Le mostramos todo el shopping paseando entre
las góndolas repletas de artículos y alimentos.
- ¡Ave María Purísima! Pero cuántas cosas que
no necesitan. Yo con un pedazo de carne, un plato de frijoles con arroz me
conformo. Ahh. ¿Esos son chorizos?
-SÍ, mamá, de
todos los gustos y tamaños- le dijo mi hermano.
-Pues de esos me compran... que Castro los eliminó
y mi familia gallega y mi difunta madre los preparaba en el patio de la casa al
borde del río Guaso y yo me acostumbré a comerlos, tengo antojo de chorizos.
Yo le había comprado en Montevideo tres vestidos de lujo para que los llevara a Cuba. Los examinó, los estrujó entre sus dedos para apreciar su textura y me dijo:
Me recuerdo de mi abuela paterna “Presentación” viuda de un rico mercader y usurero. Mi abuela cultivaba su gran jardín en la mansión que vivía en el Reparto Dabul. Usaba un lindo sombrero de pajas adornado con flores, la única concesión que le daba el ser mujer. Era seria y casi no reía. Nos preparaba unas vainillas cada domingo cuando la visitábamos con mis padres en la camioneta.
Yo le había comprado en Montevideo tres vestidos de lujo para que los llevara a Cuba. Los examinó, los estrujó entre sus dedos para apreciar su textura y me dijo:
-¿Esta es la
vestimenta que se ponen las mujeres maduras aquí?
-Sí. Mamá. Y hay
uno de seda pura.
- ¿Cuál, el de
color vino?
- Sí- le dije.
- Pues yo no me
voy a poner eso en Cuba. Para mí, batas
blancas sencillas para andar en casa y vestidos
de muchos colores para ir a los velorios.
Esto se los regalaré a mi hermana que es más joven y siempre ha sido más audaz
que yo.
Y continuó:
-Ropa así me
ponía para salir con tu padre a bailar al
Casino Español que Castro después convirtió en una casa de Cultura. Una
porquería. Además, mi difunto marido me
colocaba una flor en el hombro izquierdo para demostrarme su amor.
-Mamá. Aun no
eres tan anciana. ¿Por qué no te echas un novio?
- No hijo. Yo fui muy feliz con tu padre y
seguí lo que me enseñaba la Iglesia Católica. “Un hombre para toda la vida” Le
di 5 hijos pero él se fue antes que yo. Se me acercan algunos pretendientes,
viejos sin dinero y sin casas, pero yo los espanto a todos. Tu padre fue mi
primer amor, el único y así moriré.Me recuerdo de mi abuela paterna “Presentación” viuda de un rico mercader y usurero. Mi abuela cultivaba su gran jardín en la mansión que vivía en el Reparto Dabul. Usaba un lindo sombrero de pajas adornado con flores, la única concesión que le daba el ser mujer. Era seria y casi no reía. Nos preparaba unas vainillas cada domingo cuando la visitábamos con mis padres en la camioneta.
Cultivó una rosa
Dalia que era su orgullo. Mi madre se tiró una foto junto a la flor que aún
conserva entre sus archivos fotográficos. Mi abuela Presenta como les decíamos,
tenía un revolver guardado para espantar
a los ladrones o intrusos ya que en aquellos tiempos el barrio Dabul estaba un poco
lejos de la ciudad.
Una tarde,
siendo yo médico y teniendo ya mi abuela
como 86 años se sintió mal del abdomen y la llevé en mi auto al hospital ya
casi inconsciente.
El cirujano era
de mi entera confianza y amigo mio. Mientras le hacía una maniobra que no deseo
describir, mi abuela seminconciente empezó a gritar “Cojones, Cojones” Le salió
todo lo de gallega que conservaba de su juventud, Murió tranquilamente esa
noche y sus últimas palabras fueron “Cojones,
Cojones”. Pobre abuela mia. Murió como un jiquí, dura y seria como siempre había
sido.
Días después una prima gallega de mi madre le
hizo un almuerzo en su honor en el hotel del cual era dueña.
La mesa estaba
repleta de manjares suculentos. Mamá sin pedir permiso agarró un cuarto de pollo
asado y se lo comió con las manos sin ceremonia alguna. Después se sirvió un
plato de cerdo asado con verduras. Se la
estaba desquitando del pasado en que la dictadura la había privado de aquellos
alimentos.
Yo solo comí
cerdo asado y algunas vegetales pues ya se había descubierto mi diabetes y
estaba con tratamiento con hipoglucemiantes orales. No le había dicho nada a
mamá.
La repostera del
hotel había hecho una tarta de durazno o melocotones y mucho merengue. Yo no
pude resistir la tentación y comí un buen pedazo. De repente me dio deseos
urgentes de ir al baño. En el camino me encontré a la repostera que tenía glaucoma,
un ojo saltón y que miraba hacia otro lado en contraposición con el otro ojo
aparentemente sano. También mi hermanito que iba para el baño.
Entonces sucedió
lo inesperado, un rotundo gas retumbó en el espacio y yo salí corriendo hacia
el inodoro.
Más tarde mi
hermanito, que había presenciado mi situación junto a la pastelera me dijo:
- ¡Compay te lánzate
un gas que a la mujer se le enderezó el ojo y se le metió pa’ dentro!
Yo me reí de sus
palabras. Fue una de los chistes que después comentábamos en familia y todos
nos reíamos, sobre todo mi madre.
Esa noche mi
madre la despertó un cólico intestinal de la hartura que se había dado en el
almuerzo del hotel.
Yo la examiné.
-Es una ingesta
mamá. Comiste demasiado. Tus enzimas
para digerir tanta comida inusual se han dormido. Ve ahora al baño y evacua.
Así lo hizo mi
querida vieja y después, aliviada, se durmió junto a mi hermanito como una
niña.
Mamá no le gustaban los cartuchos envasados o en blister de
café que les comprábamos:
-Esto no es café,
muy refinado y glaseado. A mí me gusta el café en grano que en Cuba yo tostaba
en un caldero con azúcar prieta. Ese sí era café del bueno. No este sintético,
sea colombiano o brasileño. Nada como una tacita de café cubano.
Después de dos
meses de estancia en casa de mi hermano y escuchando bajo una sombrilla de la
terraza canciones de Celia Cruz y Marco Antonio Solís mi madre le entró la
añoranza de su casa en Cuba y dijo que quería irse.
Mi hermanito que
hacia como un año había abierto una pizzería al lado de casa estaba también
preocupado por cómo estaba el negocio.
Y al se
fueron.
Cuando la llamé días
después por teléfono me dijo con humor:
- No hay café, ni
aceite, ni arroz solo chícharo de Baracoa.
Y no la volví a
ver hasta que después de 17 años me permitieron visitar a mi familia.
Te quiero mucho
vieja mía.
ORLANDO VICENTE
ver
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ORLANDO VICENTE
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