EL ESNOB. BOUTIQUES DE
CARNES
En su camino al trabajo el hombre pasaba
frente a un restaurante- aquí en Buenos Aires le llaman “Restó”- y soñaba algún
día comer aquella carne que solo los Dioses podían paladear.
Cuando cobró su primer salario fue en busca
de un barbero pero sólo encontraba letreros lumínicos que llamaban a los
clientes a cortarse el cabello con un “Coifer”. Él, que procedía montaña adentro de un país caribeño donde al
barbero se le llamaba barbero y al local barbería, le confundían estos nombres.
Lo
atendió una linda chica que le preguntó cuál era el tipo de corte de pelo que
deseaba. Al ver al cliente dudoso ante tanta atención le acercó un catálogo a
color con jóvenes occidentales, hermosos y con diferentes cortes.
El hombre eligió uno que estaba a la moda en
su país de origen y que a la vez concedía abrirse a la moda reinante a su
alrededor.
_ ¿Pero dónde está el Coifer?- preguntó.
Era
todo su derecho pues él era quien pagaba el servicio.
- ¿No es algo como un francés o belga?
-No. Señor, Así llaman ahora a los lugares
unisex donde cortamos el cabello, principalmente a las mujeres adineradas.
-Proceda. Chica. Proceda.
Cuando el corte estuvo terminado le mostraron
el corte de cabello en el espejo. Se miró bien y le gusto el resultado. Ya iba
a sacar el dinero de su cartera cuando
la chica le dijo:
-¡Las cejas. Las cejas. ¿No quiere que se la
depile?.
El hombre sintió que aquello era un atentado
a su hombría y contestó.
-No señorita. Mis cejas no se tocan.
- Qué lástima. Tan pobladas que las tiene.
Las cejas son el marco del rostro.
- Lo siento señorita, pero eso es para
maricas.
El hombre, casi ofendido, se puso de pie,
pago con su tarjeta ‘plástica- la sacó del bolsillo como si desde su nacimiento
solo sacara tarjeta de platino del pantalón-y se retiró.
Esa noche se vistió con un traje azul- el
único que tenía- de segunda mano y una corbata
roja y se dispuso al fin a disfrutar de la boutique de carnes que solo se exportaban.
Al entrar en el “Resto” todo el mundo hizo
silencio y lo miraron´. El mozo, oliendo una buena propina se precipitó a
buscarle una mesa con buena vista. Parecia que había entrado el Duque de
Holanda o el Príncipe Carlos. Tanto lo miraban.
Con el rabillo del ojo estudio a los demás
comensales. Proliferaban las rubias teñidas con la cabellera larga y como si
acabaran salir de la piscina o de la playa. Vestidas de túnicas blancas
mostraban despreocupadas hasta el nacimiento de los muslos y sus esposos o
parejas, en bermudas de caqui, no se quedaban atrás.
Identificó varios idiomas, el alemán, el brasileño
y algunos argentinos. Como el hombre permanecía callado pensó que lo tomaban
por un millonario de Noruega o de Islandia. Le empezó esa enfermedad que se
llama esnobismo.
Cuando el mozo le dijo en puro acento
argentino qué iba a beber, el hombre le dijo:
-¿Dígame la cava de bebidas que tienen?
-Bueno… eh… eh… Venga por aquí y le muestro
para que su señoría escoja.
La creciente descarga de esnobismo le recorrió
todo el cuerpo y se sintió abrumado pero a la vez alegre.
Lo condujo a una vitrina de bebidas. Habían
cervezas de nombres muy criollos como “Doña Pepita” “Escaramuza” “Toña”
-Demasiado vulgares- se dijo el hombre para
sus adentros.
Y vio una botella que le recordaba un nombre
alemán “st…”
La señalo con un dedo y volvió a su mesa. Al
rato llegó el mozo con la botella sudando de lo fría que estaba. Se la sirvió
en una copa grande.
El hombre la degusto lentamente. Sabía a
rayos. Era amarga y como hecha de agua de mar. Pero la bebió sin queja como si
ya estuviera acostumbrado a esa marca.
Pero la crisis de esnobismo no terminaba.
Cuando llegó el turno de la carne. El hombre
esperaba un buen churrasco envuelto en
cintas de colores y con un gorrito del equipo de fútbol local. Así lo había
soñado e imaginado.
Era un simple churrasco del tamaño del plato,
con lechuga y tomates. Desilusionado el hombre engulló toda la carne. Era
jugosa, tierna y parece que de vacas criadas en laboratorio.
Comió
sin agitarse, masticando con la boca cerrada y apaciblemente. Los demás hacía
rato que habían dejado de mirarlo.
Cuando terminó. Pidió un refresco y el mozo
le dijo que cuál era de su gusto. Al ver dudoso al cliente lo llevo de vuelta a
la vitrina de refresco. Vio los comunes que estaban en todas partes. Entonces
noto una marca que nunca había bebido y que parecia embotellada lejos pero muy lejos.
-Deme esa. La Schw…
Ya en la mesa, grande fue su sorpresa al ver
que el refresco era una simple limonada con gas. Se desinfló el ataque esnobismo
y pagó con todo el resto del salario del mes que le quedaba en la tarjeta
plástica.
Al volver a casa- la verdad que el churrasco
estaba sabroso y junto a la copiosa ensalada- tenía el abdomen como una bomba. Sintió
un gas que pugnaba por salir y en su lugar un chorro de caca le corrió por las
piernas.
El hombro tranquilamente se dirigió a donde
vivía, oliendo desagradablemente y se dijo:
-“Simplicidad. Simplicidad. Es lo que hace a un hombre feliz”
No comments:
Post a Comment