“El primer hombre” de Albert Camus
«memoria en sombras. La memoria de los pobres está menos alimentada que la de los ricos, tiene menos puntos de referencia en el espacio, puesto que rara vez dejan el lugar donde viven, y también menos puntos de referencia en el tiempo, inmersos en una vida uniforme y gris. Tienen, claro está, la memoria del corazón, que es la más segura, dicen, pero el corazón se gasta con la pena y el trabajo, olvida más rápido bajo el peso de la fatiga. El tiempo perdido sólo lo recuperan los ricos. Para los pobres, el tiempo sólo marca los vagos rastros del camino de la muerte. Y además, para poder soportar, no hay que recordar demasiado, hay que estar pegado a los días, hora tras hora…».
«Multitudes enteras habían llegado allí durante más de un siglo, habían labrado la tierra, abierto surcos cada vez mas profundos en ciertos lugares, en otros cada vez mas irregulares, hasta que una tierra ligera los recubría y la región volvía a la vegetación salvaje, y procreaban y desaparecían. Y así sus hijos. Y los hijos y los nietos de aquéllos se encontraron en esa tierra como se encontraba él, sin pasado, sin moral, sin lección, sin religión, pero contento de estar
y de estar en la luz, angustiados frente a la noche y a la muerte. Todas aquellas generaciones, todos aquellos hombres venidos de tantos países diferentes, bajo ese cielo admirable donde subía ya el anuncio del crepúsculo, habían desaparecido sin dejar huellas, encerrados en sí mismos. Un inmenso olvido se extendía sobre ellos, y en verdad, eso era lo que dispensaba esa tierra, eso que bajaba del cielo junto con la noche sobre tres hombres que regresaban a la aldea con el alma acongojada por la cercanía de la oscuridad, llenos de esa angustia que se apodera de todos los hombres de África cuando la noche cae rápida sobre el mar, las montañas atormentadas y las altas mesetas, la misma angustia sagrada que en los flancos de Delfos, donde la noche produce el mismo efecto y hace surgir templos y altares. Sin embargo, en la tierra de África, los templos son destruidos y no queda más que ese peso insoportable y dulce en el corazón. ¡Sí, que muertos estaban! ¡Cómo seguían muriendo! Silenciosos y apartados de todo, como muriera su padre en una incomprensible tragedia, lejos de su patria carnal, después de una vida enteramente involuntaria, desde el orfanato hasta el hospital, pasando por el casamiento inevitable, una vida que se había construido a su alrededor, a pesar suyo, hasta que la guerra lo mató y lo enterró, en adelante y para siempre desconocido para su familia y para su hijo, devuelto él también al vasto olvido que era la patria definitiva de los hombres de su raza, el lugar final de una vida que había empezado sin raíces. ¡Y tantos informes en las bibliotecas de la época sobre la manera de emplear en la colonización de ese país a los niños abandonados! Sí, aquí todos eran niños abandonados y perdidos que edificaban ciudades fugaces para morir definitivamente en sí mismos y en los demás. Es como si la historia de los hombres, esa historia que había avanzado constantemente en una de sus tierras más viejas dejando en ella tan pocas huellas, se evaporase bajo el sol incesante junto con el recuerdo de los que la habían hecho, limitada a crisis de violencia y asesinatos, llamaradas de odio, torrentes de sangre que rápidamente crecían, rápidamente se secaban como los oueds del país. Ahora la noche subía del suelo mismo y empezaba a anegarlo todo, muertos y vivos, bajo el maravilloso cielo siempre presente. No, nunca conocería a su padre, que seguiría durmiendo allá, el rostro perdido para siempre en la ceniza. Había un misterio en ese hombre, un misterio que él siempre había querido penetrar. Pero al fin el único misterio era el de la pobreza que hace de los hombres seres sin nombre y sin pasado, que los devuelve al inmenso tropel de los muertos anónimos que han construido el mundo, desapareciendo para siempre.»
El primer hombre es una novela autobiográfica del escritor argelino-francés Albert Camus. Esta novela, cuyo título original es Le Premier Homme, fue su última obra, ya que la muerte le sobrevino cuando estaba escribiéndola.
«La novela autobiográfica de Camus es un grito en favor de los olvidados de este mundo, de los que no tienen la posibilidad de tener un lugar en la historia», escribe el abogado Luis Suárez Mariño.
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