Te vas con lo mínimo: tú, algo de ropa y tus recuerdos. Crees que dejas atrás un mundo propio construido con esfuerzo. Sin embargo, tu legado cabe en la palma de tu mano. Cuesta aprenderlo. Niegas la realidad del vacío. Has acumulado propiedades, bienes y un lugar seguro. Te has adaptado a un rincón confortable como una barricada contra la agresión exterior. Tras una puerta no solo acecha la tensión cotidiana, sino la huella de tu lucha. Dentro te has fortificado. Cada metro es espacio ganado a la corriente que nos arrastra. Has ideado un pequeño mundo a medida. Tus gustos, tu tiempo y los huecos labrados con tu mirada. Ese refugio contra la intemperie que has llamado hogar. No sabes si lo abandonas o él te abandona a ti. Un día, no sabes por qué, ese espacio de olvido se convierte en temblor y crece hasta ser terremoto. Los viejos lugares se hacen irreconocibles. El hueco horadado en el cojín es un lugar inhóspito. Miras y te miras, pero ya no te reconoces. No lo conoces. Es un lugar extraño. Ya no es tuyo. Quizá nunca lo fue. Ocupa un tiempo en tu recuerdo, una marca en la estela íntima de tu biografía. Sientes el peso del desapego. Has desanclado tus raíces. No sabes por qué. El espejo de tu pasado te mira con desconfianza, pero aguantas el desafío. Sientes desasosiego. Ha cambiado el color, el olor, el amor. Es otra la esencia. No hueles el aroma suave de la vida reconocible. Soportas el reto de un tiempo nuevo como si fuera un viento intempestivo que te sacude los ojos. Respiras en medio de la tempestad. Tampoco sabes cómo ni por qué, aunque lo logras. Alzas tus ojos, tu nariz y tus labios y aspiras un aire distinto. El oxígeno despierta en ti sabores nuevos. No me fui, no me he ido. Te fuiste, te has ido. Vuelves a respirar y serenar tu ánimo. Las voces recuperan la cordialidad. El vacío que sentías te da respuestas, comienza a intimar con tus miedos. Tu piel se relaja, tu aliento es aire, tus sueños cobran fuerza, tu vida es tuya. Y entonces te das cuenta: casi nada de lo que creías esencial, nada material, ha superado el límite de los tiempos remotos. Todo lo que llevas cabe en la palma de tu mano. Es suficiente. Es todo.
Ferdinando Scianna
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