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Sunday, December 20, 2020

Las zapatillas rojas Hans Christian Andersen

 Érase una vez una niña llamada Karen, era bonita, dulce y delicada pero también era terriblemente pobre. Era tan pobre que los únicos zapatos que poseía eran unos de invierno, ásperos y de madera que hacían mucho daño a sus pequeños pies. Sin embargo, la alternativa era peor, suponía ir descalza.

Un buen día, la mujer del zapaterose compadeció de ella y elaboró unos zapatos con restos de retales que había en la zapatería, eso sí, intentó que todos fueran del mismo color, el rojo. Cuando los hubo terminado, fue contenta a entregar a Karen sus zapatitos rojos pero, lejos de ser un día feliz para la niña, fue el día más triste de su vida, porque se celebraba el funeral de la madre de Karen.

Aunque no eran los más adecuados, Karen fue al funeral con los únicos zapatos tenía, aquellos zapatos rojos que ella le encantaban. Una mujer que viajaba en un carruaje, vio a Karen y, le dio tanta pena, que la adoptó y la cuidó como si fuera suya. Lo primero que hizo fue tirar aquellos zapatos pues le parecían horrorosos, y le compró un calzado más nuevo y discreto. 

Pasaron los años y llegó el día de la confirmación de Karen, por lo que fueron a ver al zapatero para comprar unos zapatos adecuados. La joven, se enamoró de unos zapatos rojos de charol que debían ser para una condesa y, la madre adoptiva de la niña, que ya no veía nada bien, no se dio cuenta de que eran rojos y se los compró.

El día de la confirmación todo el mundo miraba los zapatos rojos de Karen. Tanto se murmuró sobre ellos que, cuando la señora se enteró de que eran rojos, regañó a Karen, porque no eran apropiados.

- ¡No vuelvas a ponerte esos zapatos nunca jamás!, sentenció la señora.

Pero a Karen, le gustaban tanto que, aprovechaba cualquier ocasión para desobedecery ponerse los zapatos rojos.

Una de esas ocasiones fue el siguiente domingo cuando iba a misa con su madre adoptiva. Antes de entrar a la iglesia, un mendigo se ofreció a limpiarles los zapatos.

-¡Qué bonitos zapatos de baile llevas!, dijo el mendigo. Ten cuidado que no se suelten cuando bailes.  

Y tras decir esto, toco las suelas de los zapatos con la mano. 

Al salir de la iglesia el mendigo volvió a decir:

- ¡Qué bonitos zapatos de baile!

Inmediatamente, Karen comenzó a bailar sin poder parar. , no podía dejar de moverse, eran sus zapatos rojos los que la llevaban. 

El cochero metió a la niña enseguida en el carruaje y le quitó los zapatos.

En ese tiempo, la señora cayó enferma y Karen tuvo que cuidarla. Un día llegó una invitación para un baile y, tras dudarlo, dejó a la señora dormida y se marchó con sus zapatos rojos, ignorando el incidente que había sufrido el domingo.

Cuando llegó al bailecon sus zapatos rojos estos empezaron a mover sus pies, y Karen comenzó a dar giros y saltos, bailaba y bailaba sin parar.

Pasaron los días y Karen seguía bailando. Estaba agotada, pero no podía parar, así que lloraba mientras bailaba, pensando en vanidosa que había sido y en lo desagradecida que había sido con la señora que tanto la había ayudado.

- ¡No puedo más, tengo que deshacerme de estos zapatos antes de que muera de agotamiento!, dijo Karen dirigiéndose a la casa del carnicero. 

- Córtame los pies para que pueda dejar de bailar, porque hasta entonces no podré parar.

Cuando la puerta se abrió no apareció el carnicero, sino el mendigo limpiabotas que había encantado los zapatos rojos a la puerta de la iglesia.

- ¡Qué bonitos zapatos rojos de baile, déjame verlos de cera!, dijo el mendigo.

Nada más tocar el mendigo los zapatos rojos se detuvieron y Karen dejó de bailar.

Karen aprendió la lección y, agradecida, volvió a casa a cuidar de la señora que tanto había hecho por ella. ¿Sabes qué ocurrió con los zapatos rojos encantados? Karen los guardó en una urna de cristal y allí siguen metidos porque la niña, no volvió a desobedecer nunca más. 


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