JUANICA LA LOCA
JUANICA LA LOCA
En mi barrio de Guantánamo en la zona sur vivía una negra cuya piel era como betún, si el sol le daba fuerte parecería que se convertiría en chapapote. Siempre estaba limpia y con su ropa pobre bien lavada. Se decia que trabajaba de lavandera y un día cuando un rayo mato a su pequeño hijo se volvió loca.
Lo cierto es que cuando el cielo se nublaba salía a las calles gritando y se metía en la primera casa que veía abierta. La gente a sus gritos cerraba sus puertas y los niños del barrio, crueles siempre, le gritaban: Juanica va a llover. Y ella se desesperaba más aún.
Un día yo la vi venir y deje la puerta abierta. Mi madre en el fon do de la casa no supo nada hasta que escucho los gritos de Juanica que se tiró en un sofá a sollozar y a pedir agua salada. Mi madre se acercó y le puso un paño húmedo en la frente mientras la consolaba.
Pero Juanica estaba inconsolable y pedía agua con sal para beber. Yo fui a la cocina y vacié un puñado de sal en un vaso de agua a ver el efecto que hacía, a ver si se marchaba y por cruel que era.
Decían que si empezaba a llover se ponía peor y se metía debajo de las camas lo que empeoraría las cosas. Cuando Juanica bebió el vaso de agua resalada emitió un grito y salio como un cohete por la puerta con su cantinela de siempre.
Pasaron los años y Juanica continuó con su andar de loca. Yo la veía los domingos en la iglesia de la Milagrosa con su ropa pobre pero limpia y como acabada de bañarse. Entonces sentía más respeto por ella pero permanecía en silencio solo murmurando quién sabe qué.
Una mañana me enteré en el hospital que Juanica la loca había muerto y que nadie de la iglesia había ido a su entierroviernes, 14 de octubre de 2016
Yo nací en la orilla del rio Guaso
Cuando crecí y era un niño ya nos habíamos mudado a la zona sur de Guantánamo. Aprendí a nadar. Nos íbamos, mis hermanos y yo, a la casa de la abuela Luisa cuya casa de madera de roble se asentaba en las márgenes del rio Guaso.
Cuando aquello no existía la contaminación que hay hoy día. Nos bañábamos cerca del puente ferroviario y desde un muro artificial del antiguo puente nos lanzábamos al remanso que las aguas habían formado en chocar con el cabezal del muro. Allí nos pasábamos toda la tarde. Abuela nos traía dulces de boniato o alguna fruta de su inmenso patio.
Años después crecimos y el rio se contamino. Ya no era saludable zambullirse en sus aguas y la magia se perdió para siempre.
En 1992 una tormenta grado 5 paso por Guantánamo y arrasó con todas las casas de madera de las márgenes del rio guaso. Cuando yo traje a abuela Luisa del lugar de evacuación vimos que su casa había desaparecido. Abuela comenzó a llorar y se lamentaba por su pérdida.
-¡Mi casa ha desaparecido como un tronco viejo!-decia entre sollozos -pero eso no es lo principal! La casa es de madera y se la lleva el viento. Pero el abuelo, el balance donde siestaba, mamá agetreada en la cocina, mis hermanas correteando por los pasillos, las mesas, los sillones, los armarios, los retratos de los viejos, el juego de copas antiguo de la repisa donde tomábamos la sidra enterrada en el patio en nochebuena. Todos muertos. Por eso lloro, porque se ha llevado el rio mi pasado. Ahora son como fantasmas en la noche. Solo me falta morir para que círculo se cierre.
-Abuela. No todo ha terminado. Nos tiene a nosotros, tus hijos y tus nietos. Te queremos hasta que estes vieja y el rio no te lleve a tí.
Esa vez fue la última en que vi el rio tan de cerca, todavía sus aguas fangosas discurrían fuera de cause. Pero ahora, fuera de Cuba, cuanto me gustaría volver a sus orillas lodosas y recordar, recordar.
Yo nací en la orilla del rio Guaso
Cuando crecí y era un niño ya nos habíamos mudado a la zona sur de Guantánamo. Aprendí a nadar. Nos íbamos, mis hermanos y yo, a la casa de la abuela Luisa cuya casa de madera de roble se asentaba en las márgenes del rio Guaso.
Cuando aquello no existía la contaminación que hay hoy día. Nos bañábamos cerca del puente ferroviario y desde un muro artificial del antiguo puente nos lanzábamos al remanso que las aguas habían formado en chocar con el cabezal del muro. Allí nos pasábamos toda la tarde. Abuela nos traía dulces de boniato o alguna fruta de su inmenso patio.
Años después crecimos y el rio se contamino. Ya no era saludable zambullirse en sus aguas y la magia se perdió para siempre.
En 1992 una tormenta grado 5 paso por Guantánamo y arrasó con todas las casas de madera de las márgenes del rio guaso. Cuando yo traje a abuela Luisa del lugar de evacuación vimos que su casa había desaparecido. Abuela comenzó a llorar y se lamentaba por su pérdida.
-¡Mi casa ha desaparecido como un tronco viejo!-decia entre sollozos -pero eso no es lo principal! La casa es de madera y se la lleva el viento. Pero el abuelo, el balance donde siestaba, mamá agetreada en la cocina, mis hermanas correteando por los pasillos, las mesas, los sillones, los armarios, los retratos de los viejos, el juego de copas antiguo de la repisa donde tomábamos la sidra enterrada en el patio en nochebuena. Todos muertos. Por eso lloro, porque se ha llevado el rio mi pasado. Ahora son como fantasmas en la noche. Solo me falta morir para que círculo se cierre.
-Abuela. No todo ha terminado. Nos tiene a nosotros, tus hijos y tus nietos. Te queremos hasta que estes vieja y el rio no te lleve a tí.
Esa vez fue la última en que vi el rio tan de cerca, todavía sus aguas fangosas discurrían fuera de cause. Pero ahora, fuera de Cuba, cuanto me gustaría volver a sus orillas lodosas y recordar, recordar.
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