TRES HISTORIAS
Ella se sentaba en una mesa frente a la mía en el laboratorio de química por lo que me ofrecía una vista completa de todo su ser. Éramos entonces muy jóvenes, cursábamos el onceno grado del Preuniversitario de Guantánamo, Cuba. Me fui enamorando poco a poco, como quien no quiere la cosa, yo tenía novia oficial y ella estaba libre.
Era flaca como una espiga, pero con una abundante cabellera negra y un rostro divino con unos profundos ojos negros. Miraba atentamente al profesor y de vez en cuando su mirada se perdía en la mía y la sostenía por unos segundos. No hablaba con nadie. Era orgullosa y tenía la soberbia de Scarlet O’Hara en Lo que viento se llevó: como si recién hubiera salido de un cuadro de consunción pulmonar, frágil y delicada en sus rasgos pero con un carácter implacable.
Mis amigos que conocían mi creciente amor por la chica le pusieron La Princesa Escarlata y a su fiel amiga de clase que no era agraciada: la Bruja de la Torre Abandonada. Era el mejor expediente de la clase y la segunda de todo el curso. A la hora del recreo no salía al patio como todos los demás. Yo me quedaba solo con ella en el aula con la mirada fija en su figura sin decir una palabra. Su frialdad y mi timidez ponían distancia y no propiciaban un acercamiento.
En la clase de Ingles me ingenie para sentarme frente a su pupitre para oír su voz, para recibir su roce. Pero ella permanecía en silencio como buena alumna que era y de vez en cuando nuestros brazos se tocaban y era como una corriente eléctrica que me recorría el cuerpo.
En las fiestas privadas o que hacían en la escuela yo buscaba su presencia y ahí estaba con su melena rizada negra y su belleza de Escarlata. Yo del brazo de mi novia no perdía ni uno solo de sus movimientos, celoso de cualquier joven que se le acercaba a bailar. Pero ella rechazaba a todos y miraba al suelo o su mirada se perdía en la nada. Poco a poco deje de amar a mi novia y me entregue a aquel amor imposible que parecía terminar en platónico. Ella fue la causa del rompimiento y me quede libre, esperando la oportunidad de confesarle mi amor pero la distancia y la frialdad que imponía siempre mataba todo impulso de acercarme.
Soñaba y pensaba en ella y le escribía a escondida poemas de amor como buen romántico que era. No se los entregaba. Los guardaba en un cajón de mi cómoda.
Así termino el curso, ella con las mejores notas del aula. Más tarde ambos tomamos la carrera de Medicina en Santiago de Cuba. Con el transcurrir de los meses mi amor adolescente se había enfriado aunque de vez en cuando soñaba con ella. Ella por fin tenía novio, un rubio guapo. Yo también tenía novia: mi esposa actual.
Una noche la vi sola en la terminal de ómnibus de Santiago esperando en el andén. Me le acerque rápidamente. Ya había perdido la timidez de la adolescencia. Acerque mi cabeza a su oído:
__ Señorita X recuerda cuando estábamos en onceno grado en el Pre Rubén Batista.
__ Sí. Como no.
__ ¿Y no se percató nunca de mi mirada clavada todo el tiempo en la suya?
Ella era ya una chica comprometida y su respuesta seria obvia.
__ No. No me percate.
__ Pues Dejame decirle que usted fue el gran amor de mi vida, que pensaba y soñaba todo el tiempo en usted. No me diga que su instinto femenino no le dio la voz de alarma…
__ No, nunca me di cuenta, podías habérmelo dicho entonces.
__ Es que su frialdad ponía distancia y me parecía imposible que me correspondiera…
__ Pues vez. Ya es tarde. Amo a mi novio y vamos a casarnos. ¿Y por qué me dices eso ahora?
__ Para que no se convierta en un amor platónico. Al decírselo me desahogo porque de aquel fuego solo cenizas quedan. Quería que lo supiera que por mirar el vacío no se dio cuenta de mi gran amor por ti.
__ Bueno. Ya paso. Cosa de adolescente.
Y eso fue todo. Pero dentro de mi yo sabía que ella entonces sabía que la amaba y que no hizo caso. La intuición femenina nunca falla pero peor hubiera sido que se lo hubiera confesado entonces y un no de su parte me hubiera roto el corazón para siempre. Mejor así conservaba la magia y el descubrimiento constante y siempre ella sería una referencia de las mujeres que ame después.
Y me fui a Guantánamo en el mismo ómnibus que ella, soñando con ella como lo hago ahora que soy un hombre maduro y de vez en cuando viene ella joven y ligera como un fantasma que se acerca pero no repara en mí y yo desolado estiro una mano para atraparla y ella se desvanece como la niebla del amanecer uruguayo.
DR ORLANDO VICENTE ALVAREZ
Publicadas por Vicenteorlando3 a la/s 01:34 No hay comentarios.:
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miércoles, 1 de junio de 2016
LA HABANA QUE ESPERA
La Habana, una ciudad congelada en el tiempo, con sus viejos edificios emblemáticos que la definieron en los años 40 y 50 parece una señora que se llena colorete en la cara para tener buena presencia ante los turistas pero que no puede ocultar la vejez del resto del cuerpo que es donde reside el verdadero pueblo.
Pero esos turistas sabiendo que el carmín en la cara no es la verdadera Habana se van a la otra ciudad, a ver como el comunismo ha hecho estragos en sus brazos esqueléticos y en sus piernas famélicas: el ultimo remanso del comunismo castrista en el hemisferio occidental, con sus barrios deteriorados sin mencionar parte de la Habana Vieja y Centro Habana que son los pies llenos cayos y juanetes y donde se aglomera un mundo de gente pobre. Eso quieren ver los turistas como las fotos de Berlín Oriental inmediatamente después de la caída del muro.
Pero ese olor a petróleo quemado que se mete por las narices en Centro Habana es un olor que me define a la Habana y que extraño aquí en Uruguay. Mientras tanto la Habana espera con paciencia el gran cambio que está a la vuelta de la esquina. La gente está llena de esperanza a que mueran los Castro y se decida el futuro pero lo hacen en silencio, en su fuero interno, mientras dicen a cualquier reportero que son felices allá. Han aprendido a callar. El comunismo es el arte de poner una gran mordaza e introducir un policía en el interior de cada cubano, excepto unos pocos valientes que se atreven a desafiar a la nueva Gestapo.
Mientras tanto la Habana espera en silencio. Una ciudad bella en sus alrededores con sus bellas playas y gente que aprendió que Contex y Cuba Moda no son las que dictan el vestuario de la alta costura sino las tiendas de Miami. Parece una pequeña Miami desfilando con su ropaje habitual. El pueblo se ha vuelto consumista de los bienes del Norte brutal y el gobierno ya no puede hacer nada.
miércoles, 25 de mayo de 2016
MI AMADO MOSKOVICH
Hay recuerdos que nunca se olvidan y hasta se sueña con frecuencia con ellos. Ese era el caso de mi auto marca Moskovich, por supuesto que Ruso, y que inundaron la ciudad, como un estímulo para los profesionales médicos a finales de los 80’.
Decir “me dieron” un auto es un eufemismo pues lo tuvimos que comprar mi esposa y yo peso a peso y bien caro que costaban para el sueldo de un médico. Pero ahí estaba el Moskovich en el garaje de casa, brillante y reluciente como el café con leche mañanero.
Me sentía un privilegiado pues los demás médicos y profesionales no tenían auto sino de las antiguas maquinas americanas que sobrevivían como dinosaurios antediluvianos.
El auto represento un gran avance en nuestras vidas. Nos servía para ir al trabajo y a la playa o el campo los domingos. Hasta le pusimos nombre: Lester.
A Lester yo lo bañaba y abrillantaba cada vez que podía, lo llevaba al mecánico como a una señorita al dentista para mantener buena dentadura. Tenía un buen motor, los soviéticos habían copiado a la Renault en eso, lo demás, como el carburador era como una carie que duele una y otra vez.
Ya era miembro de la familia, fue el primer hijo que tuve, después vinieron Jennifer y Orlandito que lo pudieron disfrutar un tiempo. A Orlandito le encantaba entrar al garaje conmigo sentado sobre mis piernas y conduciéndolo, era su mayor felicidad.
Cuando decidí exiliarme sabía que perderíamos a Lester pues mi esposa no podría quedarse con él. Así que se lo quitaron las autoridades porque estaba a mi nombre y era un auto entregado por Castro a pesar de lo habíamos pagado hasta el último centavo. Cosas de la tiranía.
Cuando fui a Guantánamo 18 años más tarde no quise preguntar por el destino de Lester. Un cuñado mío me dijo que había visto la carrocería por allá por allá por un pueblucho perdido al oeste de Gtmo, Villorrio. Lo recomió por la chapa, era una guarida de gatos, lo habían desvencijado.
La noticia me dolió como cuando uno pierde un familiar cercano, Lester el carro de mis sueños en el exilio en Uruguay había muerto. Solo me queda el recuerdo de mis pequeñines riendo alegre cuando en los domingos los llevaba a la playa y Lester los llevaba como un carro que ignoraba su destino final.
CUBANO URUGUAYO
GENIO
viernes, 20 de mayo de 2016
BUENOS AIRES: AMOR A PRIMERA VISTA.
Como Director de una Clínica en Montevideo tuve que pasar un curso de un mes en Buenos Aires. Tome el buque hidrodeslizante y me senté cómodamente en primera clase.
Cuando nos aproximamos a Buenos Aires ya era de día. En el horizonte se perfilaban torres de edificios del Puerto Madero que daban la impresión de ser una ciudad del primer mundo. El atracadero era moderno y el chequeo del equipaje fue rápido y eficiente.
En ese tiempo el Peso argentino era equivalente al dólar. Tome un remise y le dije al chofer que me paseara por la ciudad antes de ir a mi destino final: la clínica de medicina alternativa que dirigía un doctor amigo mío.
Me asombraron las diferentes plazas con sus colosos monumentos y el verdor de sus jardines llenos de flores, los edificios emblemáticos como el Palacio Presidencial o la Casa Rosada y el portal de estilo casi barroco del hipódromo, el famoso Obelisco con la calle Corrientes y 9 de Julio. El viejo Buenos Aires me cautivo desde un principio.
Ya en la noche quisimos salir con mi amigo el médico y fuimos a ver una función de tango. Había una pareja joven bailando en un pequeño local. Sus movimientos de la chica eran pura magia y embeleso, las piernas torneadas se enredaban con las del hombre en un acto lleno de sensualidad y misterio su rostro desafiaba al macho retando su dominio en la escena. Me entero que el nombre de la eximia bailarina era Laura Legascue y que su plasticidad en el baile era legendaria. La invite a nuestra mesa y al final se presentó sola aun con el vestido con una abertura que mostraba toda la pierna.
Me dijo que el tango se llamaba "Cirque" y que todas las noches lo bailaba excepto los lunes. La felicite por su danza y su belleza. Nunca había visto un cuerpo tan bien formado y unas piernas tan estilizadas en una ballerina. Yo, acostumbrado a las jóvenes mulatas de los cabarets de Cuba. Le pregunte que cuando iba a Montevideo y me dijo que era procedente de allí. Así que nos veríamos otra vez.
En los días siguientes imbuido en el trabajo en la Clínica no tuve mucha oportunidad de salir. Como era el principio del Otoño Austral el sol repiqueteaba durante el día. Me asombraba ver a la gente en los bulevares almorzando bajo el sol como si no saliera todos los días. Las mujeres argentinas son bellas, están entre las más bellas del mundo, todas quieren parecer nórdicas con el cabello largo teñido de rubio pero esencialmente bellas.
Me fui de Buenos Aires enamorado de la ciudad pero lo que más recuerdo era la joven ballerina de tango con sus piernas cortando el aire y el eterno enfrentamiento de una mujer temperamental que no se doblega ante un hombre que intenta someterla.
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