LA FIESTA DE QUINCE DE UNA
URUGUAYA.
Habían pasado varios días de preparativos.
Toda la familia estaba nerviosa. El esposo de mi amiga, la internacional
ballerina de Tango, iba a ser el padrino de la chica.
Llegó el día. Habían alquilado un salón de
fiestas. Todos nerviosos, sobre todo los hombres jóvenes: padre y tío de la
quinceañera. El tío fue a cortarse el cabello a lo “degradé” en un “Coifer”
cercano. Pero el acontecimiento le hacía
poner triste y una lágrima, de vez en cuando, derramaba por sus ojos.
El hermano, padre de la festejada, estaba más
nervioso que nadie. Habia un solo baño
en la casa y junto a los abuelos, los tíos y la festejada y su hermana había
que hacer cola ante el baño. La fiesta era a las 9:00 de la noche.
El esposo de mi amiga continuaba nervioso y
lloriqueando pues era su sobrina preferida la quinceañera y la sentía como una
hija. Además, la chica no era como las otras adolescentes, no se ponía chores
cortos ni pantalones ceñidos ni permitía a sus admiradores varones acercarse.
Se consideraba una niña aun, así la habían
criado.
Por fin el marido de mi amiga tomó un baño
riguroso. Ambos hermanos discutían los perfumes adecuados para la ocasión. El
padre de la chica creía que el cumple era para él. Se perfumaba con colonias,
cremas para el pelo, etc.
Pero faltaba algo muy importante. El traje
del padrino, esposo de la bailarina, que se había mandado a confeccionar con un
sastre muy famoso y que tenía que recoger minutos antes de la fiesta.
Ya a punto de comenzar el festejo, el salón
lleno de invitados, el marido de mi amiga se prueba el traje de gala. Y he aquí
su sorpresa que se habían equivocado en la sastrería. El traje era para un
hombre obeso, el doble de sus proporciones anatómicas. Llamó al sastre pero ya
la tienda había cerrado. El joven al fin lloró pero esta vez de frustración.
La chica en traje rosado de quinceañera
estaba bellísima: rubia, ojos verdes y muchas curvas. El padrino se resignó y se colocó aquel traje
holgado que se le caía constantemente y
que tuvo que amarrar con una cuerda a la cintura.
Cuando salió a la pista acompañando a su
sobrina en ese glorioso día los
invitados pensaron que era una fiesta de disfraces. El joven lleno de vergüenza
pero bailó el vals arrastrando los bajos de los pantalones. Y llorando de
emoción.
Los invitados lo tomaron como una broma para
no opacar la belleza de la chica. Y así fueron fotografiados. Las fotos donde
estaba él fueron junto a la cabeza a la quinceañera.
Después todo el mundo tomó champán y
comieron de la torta, El padrino con su buen humor lo tomó todo como una broma.
Lo cierto es que después todos recordaban al peculiar traje del padrino.
Por supuesto, el lunes fue a la tienda del
Sastre y este le dijo:
-Peor
resultó el hombre gordo cuando quiso
vestirse con aquel traje chico. Se pasó la noche llamándome pero yo no podía
atenderlo. Les devolveré su dinero a ambos. Fue mi esposa que ya está casi
ciega y no distingue a un obeso de un flaco.
El sastre tuvo que devolver el dinero al
esposo de mi amiga la bailarina. Y todo quedó en una simple anécdota cómica
para recordar siempre.
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