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CUBA. CENA CON UNA MUJER POLICIA Y SU ESPOSO
Cuando estaba en Cuba un día una mujer policía y su marido-este último un pariente lejano mío- nos invitaron a cenar en su casa.
La señora nos recibió amablemente.
-Pasen. Pasen. Están en su casa- dijo con un vozarrón de leona cigarrera o menopaúsica- Siéntense, por favor, que a sus edades no van a crecer más.
La policía era una mujer opulenta, de gran busto que apenas el corpiño podía contener. Amplias caderas, brazos como jamones y una cara maquillada como si fuera a participar en un concurso de glamour inminente.
-Aquí le presento a mi esposo…
- Mucho, mucho gusto…
-Ven acá chico. ¿Desde cuándo tú tienes gusto si ya se te atrofiaron las papilas gustativas? Siéntate tú también… Ahí en la silla de los comensales no, en el diván del perro, que se asemeja a tí, ja ja ja… Ustedes visitantes, siéntense en el diván nuevo que compré hace poco.
El pobre hombre, dócil y avergonzado, obedeció sin chistar, mientras nosotros, sin pronunciar palabras, tomamos asiento en el famoso nuevo diván.
Tocaron a la puerta.
-Pasa. Pasa. Mi amigo. ¡Qué dicha verte de nuevo!- y dirigiéndose a nosotros- Él es periodista. Si pertenece a la UNEAC y todo eso.
Era un hombre joven, medio mulato, fuerte y tímido. Sin mayor protocolo tomó asiento junto a nosotros en el diván.
-Su nombre es Rufino- rujió la señora- pero no se asusten con tal peculiar nombre, lo heredó de su abuelo que era un español rubio que se casó con una negra hace como un siglo. Y dirigiéndose a nosotros- ellos son médicos… Ahh… se me olvidó su especialidad, era…
-Especialista en pies.-dije yo intimidado.
-¿Cuál pie, el derecho o el izquierdo? Mire que ahora hay especialidades de todas partes del cuerpo, hasta de la saliva… ja ja ja… A propósito. ¿Usted no podría encargase del pie izquierdo de mi esposo? Es que tiene un juanete que no hay zapato que lo calce y además ronca por las noches. SI parece una locomotora antigua de vapor. Ja ja ja.
Nosotros intimidades no nos atrevíamos a decir nada. El joven Rufino parecia silencioso y el marido desaparecía en el mullido diván del perro que ya había perdido la forma.
-Ya la cena está lista. Tomen asiento en la mesa de comensales, please.
A mi esposa y yo ya se nos había ido el apetito pero nos sentamos a la mesa en silencio.
-¿Adivinen qué?... Si hasta puerco asado les conseguí con un pequeño soborno que le di a un campesino por exceso de velocidad… No se lo cuenten a nadie… Pero nosotros, los policías, también tenemos derecho a vivir como Dios manda y de vez en cuando un gusto nos damos.
Rufino empezó a hablar de música.
-¿Tienen a Beethoven?
-¿A quién? Aquí no se escucha música extranjera... A no ser que a ese señor lo conozcamos por aquí, no será el nuevo esposo de Juanita mi vecina, porque ella estrena marido cada año como si fuera un vestido. Esa sí es una mujer liberada…
-No- dijo el joven Ramiro- es un compositor de música clásica. ¿No tendrán un disco de él para amenizar la cena con sus sinfonías y coros?
-No preciosura. Aquí solo música salsa como “Sandunguera” de los Van Van.
-¿Quiere que la ponga?-dijo Rufino.
-Ay hijo, desde que no me la ponen… hace mucho, mucho tiempo, este marido mío, ya no sabe lo que es eso…
Se hizo silencio.
Rufino intercedió por el marido:
-Muéstrese más amable para con él. Mire que parece ser un hombre muy sensible.
-Sí. Tiene la sensibilidad de una heladera con frízer.
El esposo avergonzado bajaba la cabeza, después de un minuto él mismo exclamó:
-Pero esta cerdo no tiene olor a cerdo- dijo él casi encolerizado, se ve que la indirecta de su mujer le había tocado un punto sensible.
-Ven acá chico. ¿Desde cuándo tú tienes sentido del olor, si hasta eso has perdido, aquí quien da olor a las comidas soy yo… ¿Verdad doctor, su esposa y Rufino?
Sí. Se ve. Se ve- atiné a decir yo en defensa del pobre marido.
Ya terminada la cena y tomado un buchito de café nos fuimos al portal. Existía un banco de ladrillos casi a la puerta de la casa. Rufino se sentó en él. La policía también a dos metros del joven.
-Ven acá joven. ¿Tú tienes novia?- dijo la policía acercándose medio metro del joven.
-Sí. Tengo novia hace varios meses…
-¿No podrías mantener a dos mujeres, mira que eres fuerte como un toro? Y mujeres sobran en la calle- se acercó un poco más a Rufino- ¿No te apetecería una madura, cerda en la cama pero como una dama para los demás ¿
La mujer se adhirió más a Rufino hasta casi pasarle un brazo por el hombro, y el marido, silenciosamente, fumando un habano en la puerta de la casa.
Nosotros, mi esposa y yo, presenciábamos la escena con ganas de reír, claro, habíamos tomado cervezas nosotros cinco.
-No.-dijo Rufino- hasta ahora no me apetecen las cerdas… A propósito… ¿El lechón que nos comimos no sería una cerda o una lechona?
-Pero qué dices Rufino… Me has ofendido… Ahora cada uno se va para su casa sino le pego una multa por atentado al pudor. Vamos. Andando, que ahí viene el diablo.
La última vez que vi a la policía en Emergencia traía a una reclusa al médico, encadenada y todo eso. Yo la saludé con un gesto. Ella me reconoció y se acercó a mí.
-Bueno. Doctor. Ahora trabajo como custodio en la cárcel de mujeres. No sé por qué me trasladaron pa’ allá. Pero estoy bien. Y mira que las reclusas no son fáciles. Tengo que tener mucho coraje para enfrentarlas y controlarlas…
-No sé por qué la pusieron de custodia. Usted que es tan dulce…
-Gracias Doctor. Es agradable escuchar algún galanteo de vez en cuando… Entre nosotros, ¿Sigue casado con aquella blanquita esquelética y rubia? Porque yo ahora estoy disponible. Eché al inútil de mi marido y usted puede creer…
-¿Qué? ¿Se fue triste y acongojado?
-No. Se fue con ataque de alegría y risas. Para mí que estaba loco.
Orlando Vicente Álvarez
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