LA MUERTE DE FIDEL CASTRO. Primera parte.
Fragmento de la
novela Los Dioses también ríen
Orlando Vicente
Álvarez
En Cuba la dictadura castrista arrasó con
todo. Primero exilió a los Reyes Magos,
la Navidad –eran tan lindas con todo eso de los camellos trayendo regalos, los villancicos
y los caramelos que aún les echamos de menos- y a casi todos los curas. Ni los
Mormones- que parecen estar en todas partes- pudieron penetrar aquella muralla
de ateísmo instituido por el estado. Las iglesias parecían centros de reuniones
de ancianos que ya no podían emigrar y se consolaban con sus rosarios
Castro adoraba
los cohetes- tenía un juego en miniatura
y soñaba con lanzarlos a todo país que no fuera como él quería. Hasta le pidió
a la Unión Soviética un regalo especial: todo un arsenal de armas atómicas
capaces de quemarle el culo hasta los aleutianos de Alaska, furioso el tipo, Ahh.
Pero Kennedy y Kruchov llegaron a un acuerdo y retiraron las bombas nucleares,
para decepción de Castro que las quería cerquitas, bien cerquitas.
Y empezó el
Comunismo y solo quedaron las misas o Bembés, y Changó, Ochun y todos los Orichas juntos. Al lado de mi casa vivían
unos blancos- todavía nos llamábamos entre nos gusanos blancos, no por el color
de la piel sino porque le temíamos al
comunismo. Cuando yo escuchaba el
toque de los bongóes me deslizaba por la
terraza de nuestro garaje para presenciar de primera mano algún exorcismo o una
limpieza de cuerpo entero que se hacía a
golpes de gajos y resoplando alcohol y
tabaco por la sacerdotisa- que era una vieja blanca experta en invocar toda una cohorte de demonios a los cuales yo les pedía
que no me hicieran daño ni a mí ni a mi familia.
Después la hija
mayor, la nieta de la Babalao, se enamoró de un oficial del Ministerio del
Interior, entonces se convirtieron en
gusanos verde olivo y clausuraron el bembé que amenizaba nuestras noches de
aburrimiento y llenaba nuestros sueños
de demonios de toda índole. Hasta ahí duró la amistad entre las dos familias:
los gusanos blancos, nosotros, que esperábamos emigrar y los gusanos verde
olivo, porque comunistas no eran, simple apariencia. Al punto estaban nuestras
relaciones que unas matas de jugosos mangos y
de tiernos anones manteca de su patio se desperdigaba por la azotea de nuestro garaje y nosotros, temblando de
tentación, no nos atrevíamos tocarlos. Esfuerzo de niños ingenuos hasta que la
política que implantó Castro nos dividió.
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