ORWELL
Y EL CINE…No parece que a Eric Blair le interesara mucho el cine. Lo
poco que al respecto cuentan sus biógrafos abundan en esta apreciación.
Jeffrey Meyers cita como “la sólida advertencia de Orwell contra el
aislacionismo y el pacifismo en la última frase de su libro sobre España
(1938) (todos estamos “durmiendo el sueño profundo, profundo sueño de
Inglaterra del que a veces temo que no despertaremos hasta que nos
arranque de él el estruendo de las bombas”), quedó resumida con eficacia
por Humphrey Bogart en Casablanca (1942)…En diciembre de 1941, justo
antes del ataque japonés a Pearl Harbour, Bogart anuncia que Estados
Unidos debe de estar alerta y preparado para la guerra: “Apuesto a que
en Nueva York están dormidos. Apostaría que duermen en todo Estados
Unidos” (2002; 373. Valdría la pena decir que esta afinidad entre Orwell
y Michael Curtiz, el realizador de Casablanca, se romperá en su
película siguiente: Misión to Moscow, una de las mayores apologías del
estalinismo jamás realizada fuera de la URSS y una gloriosa muestra
sobre como uno de los hombres de Rooselvelt se mostró dispuesto a
justificar lo que fuese con tal de avalar un pacto militar contra el
Eje, sobre todo después de que la batalla de Stalingrado, que marcara un
antes y un después en la guerra.
Orwell
apenas sí dejó escritos algún comentario sobre cine. El que realizó
sobre otra película de Bogart, El último refugio (High Sierra, USA,
1941), realizada con mano maestra por Raoul Walhs, demuestra que el cine
no era lo suyo. Acababa de ver uno de los clásicos mayores del “cine
negro”, pero él vio un filme que “representaba la esencia del sadismo,
el culto a los matones y el juego de pistolas, combinado de modo
repugnante con el sentimentalismo”. Sí apreció y mucho El gran dictador
(The Great dictator, USA, 1940), y quedó muy impresionado por el talento
de Chaplin para presentar ideas serias a través de una comedia bufa.
Elogió “las gloriosas escenas de lucha contra las tropas de asalto que
no son menos conmovedoras, y quizá lo sean más, porque la tragedia de
los hogares judíos destruidos se mezcla con la payasada”, y sobre todo
el que consideraba su momento cumbre, aquel en que el barbero “en lugar
de pronunciar el discurso que se espera de él (...) da uno a favor de la
democracia, la tolerancia y la decencia (...) uno de los fragmentos
propagandísticos más sólidos que he escuchado en mucho tiempo”(Idem). Y
aunque muestra algunas reservas, valora la capacidad de Chaplin “para
representar una suerte de esencia concentrada del hombre común y la
creencia inamovible en la decencia que existe en los corazones de la
gente normal”. En una ocasión coincidió con Joseph Cotten quien debió
tener un mal momento porque Orwell lo consideró un impresentable.
Tampoco
tuvo ocasión de saber nada de la relación de su obra con el
cinematógrafo, y por lo tanto es ajeno a su asimilación como material
privilegiado para los imperativos del “american way life” gracias al
viejo método de torcer el bastón en una única dirección: la que apuntaba
contra la Rusia de Stalin una vez pasada la luna de miel aliada de la
última guerra. Estaba su cadáver todavía caliente cuando uno de los
expertos de la CÍA en la guerra política y psicológica, Howard Hunt,
envió un emisario a Inglaterra para que hablasen con la viuda, y no
precisamente para consolarla, sino para persuadirla para que firmase el
contrato de cesión de los derechos de Animal Farm, a lo que esta accedió
no sin antes conseguir la promesa de organizarían un encuentro con
Clark Gable…
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